Alos 89 años murió José “Pepe” Mujica. Exguerrillero tupamaro, expresidente de Uruguay, filósofo de lo sencillo, sembrador de flores y pensamientos. Falleció el hombre que decía que “el poder no cambia a las personas, sólo revela lo que son”, y que nunca dejó de vivir como creía, ni siquiera cuando fue el máximo mandatario de su país.
Mujica reveló a principios de este año que el cáncer de esófago que le fue diagnosticado en mayo de 2024 se había extendido. Su partida, confirmada por el presidente de Uruguay, Yamandú Orsi en redes sociales, deja un vacío moral en la política latinoamericana, y también un espejo incómodo para quienes convirtieron el ejercicio público en privilegio.

EL HOMBRE. Pepe Mujica fue mucho más que un exmandatario carismático. Fue un símbolo ético. Un filósofo campesino. Un político sin maquillaje. Un hombre que hablaba claro, que vestía sencillo, que conducía su viejo vocho azul incluso cuando fue jefe de Estado, y que renunció al 90% de su sueldo para vivir con lo justo, no con lo posible.

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“Puedo vivir con lo mismo que viven la mayoría de los uruguayos”, dijo al asumir la presidencia en 2010. “El poder no me cambia porque no le tengo miedo”.

Durante su mandato (2010-2015), Uruguay se convirtió en un país pionero en la región: legalizó el aborto, el matrimonio igualitario y el cultivo y consumo de marihuana. Pero su verdadero legado no estuvo en las reformas, sino en la coherencia. Nunca dejó de ser el hombre que sembraba flores con su esposa Lucía Topolansky en su chacra de Rincón del Cerro. Nunca se mudó a la residencia presidencial. Nunca olvidó lo esencial: que la política es servicio, no privilegio.

VIDA INSURGENTE. Mujica nació el 20 de mayo de 1935 en Montevideo, en un hogar humilde. De joven vendía flores y militaba en el Partido Nacional, pero su inconformidad ante las injusticias sociales lo llevó a sumarse en los años 60 al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, una organización guerrillera urbana de izquierda radical.
En ese periodo protagonizó acciones armadas, fue detenido en cuatro ocasiones, torturado y sometido a condiciones inhumanas. Estuvo preso por casi 15 años, la mayoría bajo confinamiento absoluto. No vio el sol. No habló con nadie.

“Fui enterrado en vida. Me alimenté de recuerdos”, confesó tiempo después. En la cárcel cultivó su temple, su introspección, su sabiduría. Salió con la convicción de que el cambio real sólo se alcanza con diálogo y democracia.
Al restablecerse la democracia en 1985, Mujica se reintegró a la vida política. Fue elegido diputado, senador y finalmente presidente, como figura clave del Frente Amplio. Más allá de los títulos, construyó un liderazgo basado en la sencillez, la empatía y la honestidad.
PRESIDENTE AUSTERO. Durante su presidencia, los titulares internacionales no hablaban de escándalos, sino
de su vida austera. Lo apodaron “el presidente más pobre del mundo”, a lo que él respondió con sarcasmo: “Pobres son los que necesitan mucho para vivir”. Nunca quiso representar el poder como superioridad, sino como una forma de entrega. En cada entrevista, insistía en que el consumo compulsivo era una enfermedad moderna y que la libertad empezaba por tener menos necesidades.
En la Organización de las Naciones Unidas (ONU), su discurso de 2013 se convirtió en un manifiesto global sobre sostenibilidad y sentido común. “Venimos al mundo para ser felices, no para consumir”, dijo con la serenidad de quien ha vivido en carne propia el dolor, el encierro y la precariedad.

A diferencia de otros líderes de izquierda latinoamericana, Mujica no buscó perpetuarse. Terminó su mandato, volvió a su chacra y a su mate. No formó dinastías ni buscó canonizaciones. Fue lo que siempre quiso ser: un ciudadano libre.
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SU COMPAÑERA. Lucía Topolansky, compañera de vida y batalla, fue más que una primera dama. Fue su igual en la clandestinidad, en la prisión, en el Parlamento. Juntos vivieron en la sombra y en la luz. Compartieron décadas de complicidad, activismo y afecto. Cuando Mujica dejó la presidencia, ella continuó en el Senado. Cuando él se retiró, ella lo cuidó en silencio.
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La pareja nunca tuvo hijos, pero sembró generaciones de pensamiento. Mujica decía que el futuro dependía de la educación del alma, no sólo del intelecto.
FINAL SERENO. La enfermedad lo fue apagando lentamente. A finales de 2020, Pepe Mujica anunció su retiro definitivo del Senado. Fue una despedida pública y serena.

