La confusión de las creencias

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Foto: larazondemexico

A André Malraux se le atribuye haber dicho que el siglo XXI sería “religioso (o espiritual) o no será”. Cierta o no la frase, la existencia, según las estadísticas, de alrededor de 4 mil 300 religiones actualmente en el mundo, de las cuales sólo unas 20 superan el millón de fieles, da para pensar.

Si en el mercado de las almas o las mentes las cosas funcionan como en la economía, esa cifra refleja una poderosa demanda o, dicho con más propiedad, una tremenda necesidad de creer en algo o en alguien que ha sido satisfecha con la explosión de ofertas de todo tipo que prometen a la gente encontrarse a sí misma, vivir bien, darle sentido a la existencia, librarse de las perversidades del mundo real o, simplemente, sufrir ahora para gozar después en el reino de la perfección y la felicidad verdaderas e infinitas.

Una búsqueda rápida en Google de algunos términos relacionados nos arroja las siguientes entradas:

• Autoayuda: 2 millones 790 mil

• Autoestima: 6 millones 370 mil

• Superación personal

y crecimiento interior: 1 millón 100 mil

• Búsqueda de la fe: 22 millones

• Fe: 287 millones

• Religión: 292 millones

• Espiritualidad: 4 millones 850 mil

• Poder superior: 5 millones 360 mil

• Vida interior: 64 millones 200 mil

Como es evidente, si antaño no había más que dos explicaciones acerca de la existencia humana –la fe y la ciencia- hoy estamos ante una especie de gran supermercado mundial de confesiones, denominaciones, técnicas, cursos, creencias, talleres, sanaciones o ritos que nos llevarán, indefectiblemente, a la vida ideal o a la ilusión de algo parecido.

Desde un punto de vista liberal no hay mucho que decir: las personas pueden creer en lo que les venga en gana o simplemente no creer.

Pero ese mapa induce a preguntarse si esta expresión de esa parte tan misteriosa del comportamiento humano que es la búsqueda de verdades intangibles o de recursos metafísicos para abordar la experiencia de la vida está generando mejores condiciones de bienestar íntimo, o bien si las políticas de salud y la investigación especializada han puesto en su radar este fenómeno, distinto, por cierto, al de la detección y el tratamiento clínico de las enfermedades relacionadas con la salud mental, como la depresión y la angustia, hoy crecientes en casi todo el mundo.

Se trata, en suma, de un campo de análisis sin duda fascinante porque por un lado muestra que los enfoques tradicionales son cada vez más insuficientes para afrontar las necesidades anímicas, religiosas o espirituales de las personas que quieren creer en algo, pero por otro supone que tal cantidad de propuestas puede llevar, en consecuencia, a una confusión en la cual nadie sepa exactamente dónde está, qué busca y a dónde quiere llegar.

Una buena vida espiritual enriquece, desde luego, al ser humano, pero quizá hemos entrado a una zona donde no sabemos en qué consiste exactamente esa vida.

og1956@gmail.com

fdm

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Javier Solórzano Zinser. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón