Novedad de la patria

“Alta traición”. Así tituló José Emilio Pacheco al poema en el que dice: No amo mi patria / Su fulgor abstracto / es inasible / Pero (aunque suene mal) /daría la vida / por diez lugares suyos / cierta gente /puertos, bosques de pinos, / fortalezas, / una ciudad deshecha, /gris, monstruosa, / varias figuras de su historia, / montañas / —y tres o cuatro ríos.

El poema entraña una paradoja. ¿Se daría, acaso, la vida por lo que no se ama? Aporía que se resuelve en lo que algunos llaman la “santidad de las pequeñas cosas”. La Patria íntima, la que es posible amar, consiste en diez lugares, dice JEP, cierta gente y esa ciudad monstruosa a la que Efraín Huerta dedicó ese grande, amoroso poema, titulado “declaración de odio”.

Se acerca el festejo del Bicentenario de la Independencia en un clima de de-

sasosiego. En la estela de lo declarado por la secretaria de Estado de norteamérica, Hillary Clinton, que ubica al país en una situación similar a la Colombia de los años 80.

Y no hay tregua, no puede haberla así como se plantea la “estrategia”, en la violencia descarnada que cubre al País y que cobra la vida, ahora, de Alejandro López García, alcalde de El Naranjo en San Luis Potosí, victimado en su oficina cuando los policías que debían custodiarla habían salido a un “rondín de rutina”.

Con la novedad, terrible, de que menores de edad participaron en la matanza de los 72 migrantes. Con el espanto de escuchar que se sigue llamando “daño colateral” a la muerte de dos niños en un fuego cruzado entre narcos y policías.

México está envuelto en una disputa acre por el poder y por el dinero. Nada parece importar en una refriega de esta índole. Decía Churchill que gobernar era “eso que se hace para matar el tiempo entre una elección y la otra”. Nuestra clase política, absorta ya en el 2012, es incapaz de lograr acuerdos siquiera en cuestiones tan fundamentales como la definición de una política de prevención, que sustituya al enfoque represivo que ha dado prueba de su fracaso.

Quizás, por eso mismo, ante el fracaso valorativo generalizado, en algunos lugares del país el narcotraficante se ha convertido en modelo a seguir, en ejemplo.

Fue Ramón López Velarde en un pequeño ensayo que tituló Novedad de la Patria quien dio, hace años, señas del rumbo que extraviamos: Pedía el poeta una patria menos ambiciosa, menos altanera, una patria modesta que se reconociera en la gente humilde. Pedía un gobierno que no pusiera el énfasis en la gran obra sino en el gesto, en el símbolo poderoso que implica para el Estado el que sus gobernantes se sienten en la tierra, con los campesinos, a compartir unas tortillas.

México puede, aún, recuperarse en su gente humilde, en las pequeñas comunidades. Encontrarse en “la grandeza de lo pequeño”. Quizás sea prudente, en este ambiente que quiere ser festivo y no llenarse de miedo, retomar algo del gran poema que corrigió López Velarde, al borde de la muerte:

Yo que sólo canté de la exquisita partitura del íntimo decoro/, alzo hoy la voz a la mitad del foro/ a la manera del tenor que imita/la gutural modulación del bajo para cortar a la epopeya un gajo.

Navegaré por las olas civiles/con remos que no pesan, porque van/como los brazos del correo chuan/ que remaba la Mancha con fusiles.

Diré con una épica sordina: la Patria es impecable y diamantina.

Suave Patria: permite que te envuelva/en la más honda música de selva con que me modelaste por entero/ al golpe cadencioso de las hachas, entre risas y gritos de muchachas/y pájaros de oficio carpintero.

Patria: tu superficie es el maíz/tus minas el palacio del Rey de Oros, y tu cielo, las garzas en desliz/y el relámpago verde de los loros.

El Niño Dios te escrituró un establo/ y los veneros del petróleo el diablo.

Quizás así, en reflexión de lo que nos hace ser, sentirnos mexicanos, a doscientos años de la fundación oficial de la patria, sin chouvinismos de ninguna especie, podamos retomar el rumbo y salir de la espiral de violencia: Una patria modesta, sencilla, no por ello menos valiosa y menos rica.

rensal63@hotmail.com

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