Habían participado millones de personas en el simulacro de seguridad en recuerdo del terremoto del año de 1985. En los camellones, largas filas de burócratas se alineaban con letreros que identificaban los pisos en los cuales trabajan. Gil caminaba por el amplísimo estudio identificándose a sí mismo: soy Gamés de la planta baja. Mientras la memoria de la desgracia permeaba (gran palabra) el aniversario, los periódicos pedían las cuentas públicas del bicentenario. Si Gilga entendió bien, el desfile de carros alegóricos costó unos 667 millones de pesos. No se asusten, eso es lo que cuestan un barcote de papel, unos nopales de sombrero para los niños, un globo largo como la serpiente de Kukulkán y otros diseños de vanguardia, en especial El Coloso que ha sembrado de dudas al país.
En el Senado le han reclamado a Alonso Lujambio una fiesta onerosa y sin contenido histórico que “se aprovechó para la opacidad y la corrupción”.
Esto lo dicen los campeones de la transparencia: el PRD y el PT. Van a perdonar los honestísimos petistas y perredistas (Gil iba a escribir petotistas y perrediatas, suena más combativo), el desfile estuvo feo, el gasto pudo ser excesivo, pero eso no demuestra corrupción alguna. Todo esto ocurrió durante la comparecencia del secretario de Educación Pública en la cual le llovieron fuerte los jitomatazos. Lujambio afirmó: “fue una fiesta grande en donde todos salimos especialmente emocionados”. Mjúu, emocionados hasta las lágrimas, sobre todo por El Coloso.
Días atrás, la prensa denunció que el monigote gigante que levantaron en el Zócalo tenía un raro parecido con José Stalin, Luis Donaldo Colosio, Emiliano Zapata y Vicente Fernández. Algo se traía entre manos el gobierno, algo subliminal e hipnótico, un mensaje de la derecha, una sombra mala, un engaño, en fin. Su periódico Reforma descubrió que El Coloso de veinte metros de altura y siete toneladas de peso era idéntico a Benjamín Argumedo, un gavillero que murió fusilado por traicionar los ideales de la revolución. Como un flamazo, Gamés recordó una palabras del corrido del traidor Argumedo: Para empezar a cantar, para empezar a cantar, pido permiso primero. Señores son las mañanas, señores son las mañanas de Benjamín Argumedo. La letra se ha borrado de la memoria de Gilga y no es el caso buscarla ahora en esa memoria absoluta llamada YouTube. Ahora se dice: vamos a guglearlo.
Pero no nos desviemos, ¿quién es El Coloso? La Secretaría de Educación Pública emitió un comunicado (como verán nos preocupamos por cosas importantes) en el cual afirmó que El Coloso no retrata a ningún personaje en particular y no tiene una identidad específica, la SEP consideró “indebido que se busque politizar la producción artística de los creadores con alegatos que quieren crear la división donde no debe haberla”. La respuesta de la SEP es tan mala como la idea de buscarle parecido a El Coloso. Ahora mal: puestas así las cosas, Gamés revelará la verdadera identidad de El Coloso, que la tiene sin lugar a dudas. El artista que diseñó esa pieza de arte popular se inspiró en un lavacoches que trabaja enfrente de la casa de Gilga, ésa es la verdad, le apodan El Chilacas y se las pinta para lavar los vehículos con rapidez sobrehumana. Ahora camina envanecido por el camellón y todos le dicen El Colosio. Gil ha recordado a Armando Jiménez y su cernido de picardía mexicana en la cual figuraba esta ilusión: El Goloso de Rorras.
Gamés dudaba de sí mismo, de su identidad, quizá fuera el mismísimo Goloso. En eso estaba cuando una frase anónima salió a relucir en la tina del baño: “Nadie puede ser esclavo de su identidad: cuando surge una posibilidad de cambio hay que cambiar”.
Gil s’en va
gil.games@3.80.3.65