Caminando por los amplios pasillos de la Feria del Libro (ah, el gerundio), Gamés pensaba en el arte dramático. Esa tarde, Xavier Velasco presentaba su nueva novela: Puedo explicarlo todo. Un público expectante esperaba la aparición del escritor. Velasco dio órdenes de que se retiraran las sillas y las mesas, esos objetos obsolescentes que sólo usan los espíritus en decadencia. Sin más arma que un micrófono inalámbrico y su talento, que desde luego no es poco, Velasco puso sus lentes rojos en la bolsa del saco de su traje guinda y se acomodó la corbata color, ¿de qué color era la cravate? Un color indefinible, ¿roja brillante, fucsia?, sólo (con acento) Dios sabe. Y a parlotear se ha dicho.
Así se enteró Gamés de que en el rol de roles (¿así se dice?), Xavier quiso escribir una novela que lo ayudara a olvidar Diablo guardián, aquella narrativa (sin acento) que ganó el Premio Alfaguara. Lo que no contó el autor es que mientras buscaba el olvido, los editores le publicaron hasta las notas de la tintorería en forma de libro. Capítulo VI: dos pantalones grises, seis camisas de colores indescriptibles y un abrigo rosa para lavar y planchar. Todo aquello fue, a no dudarlo, para que no lo olvidaran sus lectores. Qué quieren, así es la vida de los escritores.
En busca del anhelado olvido (ah, el gerundio), Xavier escribió una novela de 715 páginas, una novelota grandota que empezó a gestarse (así dijo: gestarse) en los años noventa como una historia de amor. Y ahí quedó la novela, en el desván del cerebro del creador, “pero no pude olvidar la historia, nada me ha costado tanto ni me ha hecho sufrir así”. Ni Gustave Flaubert sufrió así con sus obras, pobre Velasco, qué martirio, pero así es la vida del artista adolescente, compañero del alma, compañero. Xavier se movía como un pez poseso en el agua y explicaba los perfiles y los conflictos de los personajes de su libro. “Apareció un personaje en la página 600 y me puse a llorar, no podía ni tirar la novela, ni acabarla”. Un nuevo protagonista en la página 600, no hay problema, malo que hubiera surgido en la página 712, a un paso del final. La lectora y el lector no lo saben, pero las novelas de Velasco son ricas en actores. Que la trama llegó a un callejón sin salida, muy fácil: inventa un personaje.
En eso estábamos, que la creación del novelista de fuste y fusta, que el artista como sufridor ejemplar, cuando Velasco sacó de una maleta un muñeco de ventriloquia. Sí señor, Gamés no sabe mentir. El muñeco se llama doctor Enedino Godínez y presentó Puedo explicarlo todo. Gil recordó a Don Neto, aquel ventrílocuo genial, con su Titino y a Chabelo y César Costa.
Es un hecho: el escritor debe diversificarse. Ahora los creadores tienen que aprender malabares con boliches, ventriloquia, juego de payasos, monociclos. “Velasco: vino usted a presentar la novela. Godínez: ¿Cuál novela? Ni la he leído. Velasco: Usted me dijo que era crítico literario.
Godínez: No, soy policía, y luego crítico literario”. Juar, juar, juar, se rió Gil; qué divertido. Más: juar, juar. Así se presentó en la FIL Puedo explicarlo todo, la novela de Velasco.
Gilga aprendió la lección y pensó en tomar clases de magia y prestidigitación con Chen Kai. Una mascada larga, un conejo y el nuevo libro de Gil. No es que Gamés se quiera poner pesado, pero una frase de Groucho Marx se murió de risa: “He disfrutado mucho con esta obra de teatro, especialmente en el descanso”.
Gil s’en va
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