Renato Sales H.
Ocho de cada diez mujeres que han sido víctimas de feminicidio en el país han solicitado auxilio previo a diversas autoridades, sin obtener, resulta obvio, respuesta alguna.
Diana Russell define el feminicidio como el asesinato de mujeres, a manos de hombres, por el hecho de ser mujeres.
Y es la propia Ley General la que habla de la violencia feminicida como la forma extrema de violencia de género.
Decía Carlos Monsiváis que la novela que define México es Los bandidos de Río Frio, de Manuel Payno.
“... Evaristo, envuelto en su jorongo, con el sombrero machucado, sin la toquilla, las patillas greñudas y en la cara verdugones sanguíneos, entró vacilando; con algún trabajo pasó el umbral y, sombrío, temible, sin hablar una palabra, se dejó caer en un sillón de terciopelo carmesí que olía a incienso y a iglesia y que le había dado a componer el abad de Guadalupe.
Juan se refugió en un rincón y Tules se quedó como estatua delante del brasero. La manteca se quemó e hizo una llamarada; el líquido rebasó la cazuela y apagó la lumbre. La cena, preparada con tanto trabajo, estaba perdida; nueva congoja de Tules. ¿Qué daría a su marido si la pedía? Pero no hubo necesidad. Evaristo, vuelto de esa especie de insomnio producido por el alcoholismo, recobró al parecer un vigor extraño. Tiró el jorongo y el sombrero, se limpió la cara con las manos y se compuso las patillas. Evaristo venía humillado de su derrota, pero rabioso, no sabiendo con quién saciar su venganza. —¡La cena! —gritó con voz enloquecida por la mistela y el pulque.
Tules tembló, pero echó en un plato los restos quemados del guisado y no tuvo más remedio que servirlos a su marido. —Los frijoles estarán mejor, voy a refreírlos. Espera, espera un momento Evaristo, no te enojes —Apenas Evaristo vio delante la especie de pasta negra y grasosa, cuando cogió el plato y lo lanzó a la cabeza de su mujer, que se agachó y evitó el golpe.
—Eso te lo comes tú y la vieja puerca de Doña Agustina— Tiró al mismo tiempo de la servilleta, y trastes y tinaja de agua fueron al suelo.
—¡Evaristo, por la sangre de Cristo que te calmes! ¡Espérate, haré en un momento otra cena! ¡Lo que tienes es que has bebido un poquito, te lo decía al salir, que ese pulque colorado…! —No me andes con sermones, ya quisieras parecerte a Casilda y a Pancha; esas sí que son mujeres, no tú, que bastante te he aguantado no sé cuántos años; pero esta noche hemos de acabar tú, el aprendiz, el borrego y mi alma condenada también… El tornero vacilando, cayendo, levantándose por el cuarto, blandiendo los puños, buscaba un arma, un instrumento; y bastantes había para herir, para exterminar a todo el mundo. El delirio del alcoholismo había llegado a su colmo. Tules huía por un lado, Juan el aprendiz por el otro. —¡Por Dios, Evaristo, no me mates, me iré, mañana no me tendrás aquí! ¿Qué te he hecho? Evaristo tropezó con el sillón que olía a incienso y a iglesia y se hizo una herida en la frente, pero se levantó más furioso y encontró un formón…
—¡No me mates, no me mates!.. Evaristo, loco, delirante, hundió varias veces el formón en el pecho de Tules, que no tuvo aliento más que para decir —¡Jesús, Jesús me ampare!— y cayó bañada en su sangre…”
¿Cómo evitar que la violencia contra las mujeres degenere en feminicidio?
¿De qué pueden servir leyes, tratados y reformas si a la hora de los hechos, decía José Saramago, se convierten en papel mojado?
Uno de los acuerdos en lo esencial, más allá de las banderas es, debiera ser, la generación de políticas públicas para enfrentar la violencia de género.
Algunos estados del país trabajan en conjunto con la Federación, en específico con la CONAVIM, para enfrentar el tema. Campeche es uno de ellos. Este seis de agosto se inauguró el primer Centro de Justicia para las Mujeres. Ahí se reúnen, en un espacio digno, los servicios necesarios para evitar que una mujer sea víctima de quien la agrede y víctima, además, de un sistema que desprotege y discrimina.
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