Julián Andrade
Lo increíble no es el despido de Martí Batres, sino el que se hubiera demorado tanto.
Batres representa a la izquierda patrimonialista, que lucra con los recursos públicos y que establece lazos clientelares vergonzosos.
Esa idea fue la que le hizo establecer, como programa de los legisladores del PRD, la venta de leche contaminada con heces fecales en 1999.
A la gente la engañaban diciéndole que le proporcionaban un producto lácteo, a muy bajo precio, cuando en realidad compraban una mezcla de soya con toda clase de inmundicias.
Les pedían, a los confundidos consumidores, la credencial de elector y los invitaban a mítines y marchas.
Leche Betty se hizo famosa, pero a la par dejó el rastro de una forma de hacer las cosas que en modo alguno empata con aspiraciones del buen servicio público.
Sorprendidos en su fechoría, los diputados locales y el propio Batres intentaron descalificar los estudios de la Secretaría de Salud y de la Procuraduría Federal del Consumidor. No pudieron, porque las evidencias eran contundentes.
El tema fue todavía más penoso porque la legislatura que comandaba Batres era la primera con mayoría de izquierda.
Es más, su llegada a la presidencia de la Asamblea Legislativa en 1997 se debió, en gran medida, a la ausencia de personajes de peso, ya que las verdaderas apuestas de Cuauhtémoc Cárdenas se quedaron en las listas plurinominales y no llegaron a Donceles por la abrumadora votación que obtuvo el PRD en 1997 y que consiguió el triunfo en cada uno de los distritos de la capital, lo que impidió que contaran con posiciones de mayoría relativa.
Una crisis de éxito que con el tiempo le saldría muy cara a los sectores modernos del perredismo.
Quien fue secretario de Desarrollo Social de la Ciudad de México hasta el martes por la tarde, es el ejemplo de por dónde no debe transitar la izquierda si quiere conservar su capacidad de obtener triunfos y de aspirar a la Presidencia de la República.
Desde la posición que ocupó, se convirtió en un constante dolor de cabeza para el gobierno local.
No deja de resultar paradójico que en el reparto de posiciones, que se hizo irremediable luego de la elección de 2006, le hubiera tocado a Batres justo la dependencia donde podía establecer toda una red de compromisos y de apoyos aceitados por los programas sociales.
El jefe de Gobierno, Marcelo Ebrard, tomó una decisión difícil, al margen de la coyuntura que la motivó, y es probable que tenga un costo al menos en los próximos meses.
Pero Ebrard para lograr una postulación exitosa y convertirse en un candidato competitivo tenía que romper, tarde o tempano, con uno de sus principales lastres.
Así es la política y ahora tendrá que concretarse toda una operación que evite que la fractura genere fricciones todavía mayores a las que ya se esperaban de antemano con los grupos que respaldan a Andrés Manuel López Obrador.
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