Fernando Escalante Gonzalbo
Joaquín Villalobos ha sido un vocero dedicado, empeñoso e invariable de la política de seguridad del gobierno federal. No del todo convincente, pero por lo menos claro. Por eso es mala señal un texto como el que publica este mes en la revista Nexos: un texto larguísimo, de casi once mil palabras, desorganizado, reiterativo, contradictorio, de información confusa, que deja ver las costuras en cada párrafo. Si es lo más claro, lo más categórico que puede decirse para explicar la estrategia, el problema es serio. En un extraño elogio decía Diódoro Carrasco, en Milenio, que Villalobos “se caracteriza por evadir los subterfugios retóricos y las ambigüedades”. No sé qué decir. No leímos el mismo texto. Porque precisamente lo único que hay en éste son subterfugios retóricos, astucias de polemista, y ambigüedades.
Dice Villalobos que el hecho de que “la violencia aumente o se expanda cuando las fuerzas del Estado se hacen presentes en un lugar que tiene alta presencia criminal es lógico”. Bien: yo no veo por qué. Y lo único que hay en el texto para sostener la afirmación es una analogía imprecisa y conjetural: “por ejemplo, si hay una gran pelea en un bar y llega la policía es probable que la violencia aumente por un momento”. Yo no sé qué suceda en los bares imaginarios de Joaquín Villalobos, pero como explicación de lo que ha sucedido en los últimos cinco años en México, deja mucho que desear.
Ahora bien: ese aumento de “la violencia” ante la presencia de las fuerzas federales es “lógico”, dice Villalobos, pero no significa que el gobierno sea “responsable” de ello. Aquí sí, el problema es de lógica. O el aumento de la violencia tiene que ver con la presencia de las fuerzas federales, y en ese sentido cabe alguna responsabilidad, o bien el gobierno no es responsable en absoluto, y la violencia va por su cuenta, sin importar que haya o no policías o militares. No pueden ser las dos cosas.
En el párrafo siguiente Villalobos se corrige y dice que, además, no es verdad que haya aumentado la violencia en los lugares en que ha habido operativos federales. Dice que en ocasiones ha bajado. Y pone como ejemplo el caso de Guerrero, exclusivamente en los meses del último operativo, entre mayo y noviembre de 2011, y cuenta sólo los “homicidios vinculados al crimen organizado”, según unos “datos públicos del gobierno federal”, que nadie más conoce, y que según la PGR no estarán listos antes de mayo próximo. O sea: si se miran sólo estos meses, sólo aquí, y se cuentan sólo los muertos que yo escoja, con datos que sólo tengo yo, entonces resulta que hay menos. Perdón, pero eso no es serio.
En sólo tres párrafos Villalobos dice que es lógico que aumente la violencia donde hay operativos, pero que los operativos no tienen nada que ver, y que en realidad no aumenta la violencia. Y el resto del texto es peor. En serio, hay motivos para preocuparse.