Julián Andrade
Carlos Fuentes tenía una mente prodigiosa. Como gran lector, y más aún, conversador, estaba enterado de las grandes discusiones internacionales.
Hace años, en los años noventa, durante el coloquio de invierno que organizaron la UNAM y la revista Nexos, Fuentes señaló que una parte de la disputa económica se dilucidaría entre el capitalismo renano y el anglosajón.
Fuentes se refería a un texto luminoso de Michel Albert, Capitalismo contra capitalismo.
El capitalismo renano está fincado en un amplio espectro social, asociado a viejas conquistas obreras y sin duda al estado de bienestar.
Como su nombre lo indica, la vía renana tiene su base en las socialdemocracias y en la vieja Alemania.
El anglosajón, en cambio, tiene sus motores en la búsqueda de la ganancia y en la especulación y su obra más acabada son los Estados Unidos.
Albert y Fuentes sabían que una parte de las disputas del futuro tendría que ver con estos dos modelos, que en el fondo son también interpretaciones de lo que es mejor para la gente.
Si atendemos a lo que está ocurriendo en Europa en la actualidad, observaremos que en alguna medida el conflicto radica en la elección entre esquemas distintos y con el tiempo inclusive excluyentes.
El tema en modo alguno es menor, y tiene que ver con el poder mismo en países como España o Grecia y ahora mismo en Francia.
Por eso a Carlos Fuentes le interesaban, de modo particular, el fenómeno francés y el triunfo de Francois Hollande, quien a decir del escritor mexicano, estaría en condiciones de reformar al capitalismo y de propiciar una agenda distinta para la crisis.
Fuentes sabía que existía una oportunidad para la izquierda en el mundo, pero que el éxito tendría que radicar en recobrar los viejos valores y en asumir la defensa de principios diluidos en el mundo de las ganancias y la especulación.
En ese contexto es válida la hipótesis de que el ex presidente español José Luis Rodríguez Zapatero perdió el poder por gobernar desde la derecha y que Hollande lo ganó por la vuelta a las viejas aspiraciones.
Fuentes, en ese sentido, fue un pensador progresista y comprometido con un modelo de desarrollo en el que imperara la defensa de lo social.
La nueva dictadura de las calificadoras internacionales nos hizo perder de vista el costo de posponer una agenda sustentada en el desarrollo de las personas y en la mejora de su situación.
Quizá uno de los mejores homenajes a Fuentes sea el de recuperar la aspiración de la política por construir un mejor futuro y para dotar a la ciudadanía de esperanzas.
Hace unos días Fuentes escribió que los candidatos presidenciales mexicanos parecían más ocupados en buscar los defectos del otro, que en proponer alternativas para los grandes problemas nacionales.
Muchos son los legados de Fuentes, pero creo que no hay que perder de vista el que tiene que ver con la política, la que, después de todo, fue parte central de su obra.
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