Francisco, el relativismo y los nuevos puritanos

Jorge E. Traslosheros

Una de las características más notables de Francisco, ahora que cumple cien días de ministerio, es su combate frontal al puritanismo. Un asunto mayor, pues se trata del producto más pernicioso de la dictadura del relativismo. Si Benedicto XVI la denunció en el horizonte de las grandes ideas, Francisco acomete en el terreno pastoral. Dignos hijos de San Agustín y San Ignacio.

El supuesto de la dictadura del relativismo es que nuestra razón no puede acceder a la verdad en manera alguna. Sólo quedan el sentimiento y la llana subjetividad. Cualquier predicado será resultado del simple consenso del grupo, una construcción cultural al gusto del consumidor. Una propuesta de intelectuales sin talento, diría Francisco. Las consecuencias son devastadoras. Mencionemos tres muy virulentas:

Primera. Puesto que cada quien es portador de “su verdad”, entonces nadie tiene derecho a cuestionar al otro a riesgo de violar el código moral de la “corrección política”. Los grupos sociales se dedican a levantar muros. En su encierro se tornan autorreferenciales y la razón se enferma. Los puentes del encuentro personal quedan rotos y la comunicación se pierde. La cultura, que vive del diálogo y del encuentro, se vuelve “light” y se condena a la mediocridad.

Segunda. La lucha por el control de la sociedad se exacerba. No hay un suelo compartido, un bien común que sirva de referente y deba ser respetado por todos. Sólo la propuesta particular cuenta, acaso “tolerando” las de otros. Quien logre controlar el aparato cultural y político tendrá la fuerza para imponer el código moral de lo “políticamente correcto”. Impondrá “su verdad” como si fuera producto del consenso social. No hay debate. La razón se ausenta. Las conciencias se domestican apelando al sentimientalismo. El Estado se mete en nuestra vida privada y con los grupos intermedios de la sociedad para imponer la visión del grupo dominante, sin concesiones. El disenso se reprueba y se criminaliza poco a poco. La democracia se torna de escaparate. La dictadura del relativismo se desliza en tiranía velada, correcta, “consensuada”.

Tercera. Somete nuestra condición humana al capricho del “consenso” prefabricado. La persona se reduce a cosa, como ha denunciado Francisco. En el ámbito de los derechos humanos se resiente su veneno. Al separar la cultura de la naturaleza humana abre el camino a la biopolítica y la bioética para determinar, en un acto de poder, quién debe morir según el grado de eficiencia funcional o neuronal del individuo. Quien no alcance el reconocimiento de la ley no califica como plenamente humano. La vida se vuelve un producto desechable. Sus corifeos son los promotores de una ética sin bondad, denunció el papa Francisco.

La dictadura del relativismo cosifica y enajena nuestra humanidad. Es el rostro del fascismo tecnocrático, con disfraz democrático, como bien le llamó Erich Fromm. Comparte los anhelos de los viejos regímenes totalitarios que denunciara Henri de Lubac, teólogo favorito de Francisco. Tan sólo se ha vuelto más sutil en sus métodos.

El rostro cotidiano de la dictadura del relativismo son los nuevos puritanismos. Cada grupo crea su propio código de conducta y lo hace valer bajo chantaje moral y reprobación pública (lo políticamente correcto) y en su momento, según posibilidades, también por la fuerza. Francisco lo combate implacable al interior de la Iglesia porque sabe del daño que causa a su misión humanizadora. Seguiremos.

jorge.traslosheros@cisav.org

Twitter: @trasjor

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Javier Solórzano Zinser. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón