Miedo a volar

Carmen Amescua

Después de cuarenta y ocho minutos haciendo fila en la pista, por fin despegó el avión. Media hora después la vista aérea de Arizona con todos sus contrastes se asomaba por mi ventanilla. Claramente se veían las montañas, los lagos y en algunos puntos los caminos por donde avanzar, igual que como sucede en la vida cuando vemos las cosas desde lejos.

¿Cuál es la mejor manera de vencer un miedo? Dicen que enfrentándolo.

Creo que la mejor manera es buscando uno más grande, una emoción más intensa o una motivación que nos ayude a desbancar al primero. Para deshacernos de lo que no toleramos la mayoría funcionamos de dos formas; apurándonos a resolver con tal de no seguir pasando por lo mismo o buscando maneras que nos cuesten más pero donde tengamos una ganancia secundaria duradera. Bajar de peso por pavor a tener diabetes o por estar saludable es distinto. En los dos casos el problema se soluciona, pero la manera de hacerlo cambia: una es huir, la otro es ganar.

Por eso cuando me invitaron de viaje, lo primero que pensé (como siempre) fue en mi fobia a volar. ¿Cómo hacer para quitármela de encima y obtener una ganancia? Antes, salir corriendo con tal de no quedar atrapada era lo mío, (“crecimiento” era palabra de yoguis que a mí me importaba ca-si-na-da).

Hoy soy menos silvestre y me gusta saber que detrás de un esfuerzo puedo encontrar algo más profundo que la recompensa inmediata.

Decidí utilizar los consejos de mi mamá.

—“ Las penas y los temores desaparecen cuando uno deja de andar de malentretenida, se busca una motivación y ayuda al prójimo”. En los últimos vuelos lo he intentado y resultó.

Dejé de andar de malentretenida. Me distraje con las estadísticas: en todo momento: hay noventa mil personas volando alrededor del mundo, (el equivalente al estadio Azteca lleno); de ésas el 20% tiene fobia a volar y de ese 20% el 80% son hombres... por cierto.

También funcionó interesarme por los que van conmigo en el avión. Hace dos vuelos conocí a una mujer de sesenta con cara de fakir desvelado a la que le daban terror los aviones, sobre todo el despegue y el aterrizaje. Respiré profundo y le tomé la mano. Se relajó, entró en confianza, pidió tres shots de tequila y con cada uno se tomó una pastillita rosa.

They are for my nerves —me dijo sonriente, con la mirada perdida, y la cabeza colgando hacia el lado del pasillo.

Le sonreí a pesar de que yo no tomé los tequilas ni esos diminutos chochitos rosas, le sonreí precisamente por eso. Por que en ese vuelo me atreví a manejar mis temores de otra manera.

Si uno lograra alejarse de sus miedos como en una vista aérea la perspectiva cambiaría. Tendríamos más claro el territorio: podríamos elegir otras opciones para vencerlos y otros caminos por donde avanzar.

camescua7@hotmail.com

Twitter: @Carmen_Amescua

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