Juan A. Cruz Parcero
El crimen de Ayotzinapa ha estremecido a México y a una parte del mundo, especialmente, a los socios comerciales de México. “México se está moviendo”, como rezaba el promocional del gobierno federal, pero se mueve en las calles, en protestas masivas demandando la aparición de los estudiantes desaparecidos.
México se mueve en otro sentido. La imagen del gobierno competente que logró concertar con la oposición una serie de reformas estructurales que llevarían a México a una etapa de desarrollo comienza a resquebrajarse. Su incapacidad comienza a verse y a preocupar dentro y fuera.
No hay duda de que México necesita reformas estructurales, pero ahora parece que las reformas que más se necesitaban fueron las que el gobierno y los partidos ignoraron. México necesitaba cambiar urgentemente su estrategia de combate a la delincuencia organizada, pero lejos de ello se mantuvo; los expertos advertían que mientras no se tocara el dinero del narco su poder corruptor persistiría y seguirían comprando protección de los mismos políticos. Se necesitaba fortalecer la defensa de los derechos humanos, pero la situación fue a peor, de la mano de la impunidad generalizada y de apostarle al debilitamiento de las instituciones como la CNDH y las comisiones estatales ahora estamos en la peor crisis de derechos humanos por la que hemos atravesado en las últimas décadas. Se necesitaba combatir en serio el problema de la pobreza y de la creciente precarización del empleo y al contrario el empobrecimiento general formó parte de los atractivos del modelo económico que se buscó reforzar, empleos baratos y “flexibles” (eufemismo de precariedad laboral) para atraer inversión. Se necesitaba luchar frontalmente contra la corrupción, pero las reformas estructurales se tuvieron que pactar con líderes sindicales corruptos a quienes se protegió y con grupos empresariales que se han beneficiado desde hace décadas de sus conexiones en el gobierno.
Lo que parecía un cambio estructural era sólo un espejismo. Ahora comenzamos a ver que se trataba de las mismas recetas económicas que desde hace treinta años se han implementado en el país y que sólo han generado acumulación de riqueza en pocas manos e índices de pobreza ascendentes. Los problemas de fondo no le preocuparon ni ocuparon a nadie. Pues no se trata de crecer para que unos cuantos ingresen en la lista de multimillonarios de Forbes, sino de redistribuir la riqueza y generar mejores condiciones de vida para todos, de generar una sociedad justa donde se respeten los derechos humanos, donde se combata decididamente la corrupción y la impunidad.
Ayotzinapa, Tlatlaya, Cadereyta, San Fernando, los más de ochenta mil muertos y los más de veinte mil desaparecidos desde el sexenio de Felipe Calderón, son parte de una cadena de eventos trágicos que tarde o temprano tendríamos que ver con la preocupación e importancia que merecen. Pero hasta ahora nada parece indicar que Iguala vaya a ser el último caso. Las reacciones del gobierno, tanto federal como local, y de los principales partidos políticos nos muestran que no saben bien qué hacer, no tienen una idea clara de qué implica ir al fondo del asunto. Los partidos se debaten entre apoyar o no apoyar a quienes por su incompetencia o complicidad han sido partícipes indirectos de la tragedia. Los días pasan y los estudiantes no aparecen cuando supuestamente todas las fuerzas del estado los buscan. Las instituciones o son pavorosamente ineficaces o están haciendo simplemente un manejo político de esta crisis, la Crisis.
Es, por ejemplo, inaudito que al padre Solalinde —que quería comparecer el pasado lunes ante la SEIDO–PGR para aportar información sobre los desaparecidos—, no se le haya recibido y se le haya citado para volver ¡en tres días!, como si se tratara de un asunto que puede esperar. Si así se actúa en los casos de máxima prioridad, ahora podemos comprender por qué nada se hizo antes para detener a José Luis Abarca cuando sólo se le acusó de matar a tres militantes perredistas en el 2013 y nadie le aportó las pruebas a las procuradurías.
México se mueve ahora, pero en un sentido que el gobierno no anticipó y que bien a bien nadie sabe a dónde nos llevará, entre otras cosas porque es la gente la que se comenzó a mover.
juan.cruzparcero@razon.mx
Twitter: @juancruzpar
