Eugenio Lira Rugarcía
Hace unos días México se estremeció ante la desgracia ocurrida en el hospital materno-infantil ubicado en Cuajimalpa. Sucedió en un instante. Primero un intenso olor a gas y luego una tremenda explosión que hizo colapsar más de la mitad del nosocomio.
Escombros, oscuridad, gritos, heridos y muertos. La devastación fue terrible, lo mismo que el dolor de las familias y de muchos mexicanos y mexicanas.
Ciertamente, lo sucedido exige que las autoridades continúen la investigación para deslindar responsabilidades, actuar conforme al derecho y garantizar la seguridad de edificios como éste, a fin de prevenir cualquier desastre.
Pero también es necesario destacar que, en medio de la tragedia, una vez más los mexicanos dieron pruebas de ser un pueblo solidario, hasta el heroísmo, como ha sido el caso de la enfermera Mónica Orta Ramírez, quien falleció a consecuencia de las quemaduras que sufrió por proteger a los niños que tenía a su cuidado. Fueron admirables la valentía y la generosidad de médicos, enfermeras, camilleros, policías, bomberos y voluntarios que acudieron para ayudar en las labores de rescate y atención a las víctimas, y para consolar a los familiares.
La respuesta de la gente fue tal que a los numerosos donadores de sangre que acudieron al Hospital ABC los encargados del nosocomio les hicieron saber que ya no se necesitaba más. Lo mismo sucedió con las despensas que muchas personas llevaron al lugar. Al ver esto, como seguramente muchos, me he sentido orgulloso de ser mexicano.
Por eso, a través de esta columna, me sumo al reconocimiento y la gratitud que se han expresado a estos héroes que demuestran que en México son más los que reconocen, valoran, respetan, promueven y defienden la vida, la dignidad y los derechos de todas las personas, que aquellos que, encerrados en su egoísmo, ven a los demás como cosas a las que pueden usar y relegar a la miseria y el temor, optando por el relativismo, el materialismo, la inequidad, la injusticia, la mentira, la corrupción, la impunidad y la indiferencia.
La solidaridad que mostraron cientos de personas ante la desgracia de sus semejantes prueba
que en nuestra sociedad, a pesar de las dificultades que afrontamos, se siguen reconociendo los
vínculos que nos unen a las personas y a los grupos sociales, más allá de las diferencias, lo que nos capacita para superar cualquier forma de individualismo miope y contribuir al bien de los demás.
Esta experiencia debe alentarnos a seguir creciendo en solidaridad, virtud a la que Juan Pablo II definía como la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien de todos y de cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos. Así será posible ir construyendo, día a día, un México justo, reconciliado y en paz, que haga posible alcanzar un desarrollo integral del que nadie quede excluido.
* Obispo auxiliar de Puebla y
secretario general de la CEM
Twitter: @MonsLira
