Ximena Urrutia
Haría falta vivir en otro planeta para el simple titulo no haya creado una imagen en la cabeza de cada uno de nosotros. Con El Principito cada lector ha construido una relación única e irrepetible.
Cada uno tenemos una frase favorita, un momento almacenado, a cada quien ha servido de guía en la infancia o la adultez, cada uno de nosotros guardamos un significado emocional que nos remite a este clásico, por eso cualquier adaptación del libro de Antoine de Saint-Exupéry podrá, siempre, parecer ajena. Pero jamás lejana.
Por tanto, elegir adaptar una historia de esta naturaleza sólo puede hacerse desde una perspectiva, la del lector en cuestión, la de aquel valiente que ha decidido contar lo que su mente y corazón almacenaron, tratando, desde luego, de mantener la esencia del original.
El texto es un delicado, preciso y precioso acercamiento a la enfermedad de crecer. O, mejor, de simplemente vivir.
Al ruedo se aventó Mark Osborne, sin duda una elección correcta. Osborne es el director de Kung Fu Panda, la película animada de Dreamwork que rápidamente se convirtió en clásico, esto, que rara vez sucede, es gracias a varios elementos reunidos, entre los principales están: la historia, la manufactura y la dirección, en donde entra la mano del audaz realizador.
El Principito, la película, no es, ni mucho menos, una adaptación del texto como tal; de manera inteligente, Osborne opta por utilizar algunos episodios de éste, para reacomodarlos dentro de su historia, y la del mismo Saint-Exupéry, y es que el aviador se convierte en protagonista al ser él quien guía la historia.
El filme arranca con una pequeña niña, (otra adición de la cinta), que se muda con su madre justamente al lado de la casa de El Aviador, el lugar es más bien cuadrado, gris, como el comportamiento de los adultos, sugiere el director, justo al lado de la desvencijada casita de El Aviador, que está llena de secretos y que la niña, pasada una primera etapa de retraimiento, empezará a descubrir. Y a disfrutar.
La historia nueva, la de los guionistas, ósea, la del aviador, está filmada en animación digital y tridimensional, moderna pues, en cambio los paréntesis que provienen del cuento original se trazan en animación tradicional, stop motion. Los colores, la sensibilidad y el trazo de los dibujos en esta parte son, por mucho, lo más interesante, personal y sugestivo de la propuesta, pero esto aparece rodeado de una historia que nos muestra el mensaje que Saint-Exupéry quiere comunicar desde el principio, y Osborne respeta al máximo la propuesta original, haciendo los dibujos exactos a los que la mayoría conocemos, los originales, que agradecemos, aunque detrás dejen las mejores inventivas y técnicas que Pixar ya nos a mostrado. Ningún niño ni adulto puede confundirse. Ambas historias están claras y perfectamente dibujadas.
El Principito ha acompañado la infancia de muchos. El texto de Antoine de Saint-Exúpery es por excelencia una de las lecturas obligadas de nuestra niñez o de aquellos que han perdido la esperanza. El Principito es pues uno de los clásicos más celebres en el mundo entero y sin duda una vara muy alta a alcanzar. Mark Osborne hace lo propio. Nosotros le damos las gracias.
Twitter: @Xurrutia