Ximena Urrutia
Dicen los conocedores que es imposible inventar el hilo negro, por que ese, ya lo invento Shakespeare, por lo menos literariamente hablando. Y es que no hay pasión o emoción humana que no abordara en alguna de sus obras, no hay sentimiento que se le escapara.
Es precisamente, esa genialidad la que ha invitado durante siglos a diversos artistas a recrear sus obras, para bien o para mal, y es que no me negara usted, Señor Lector, que el reto suena a casi imposible, pero ya lo sabemos, entre mas complicado, mas antojado.
Orson Welles, Akira Kurosawa y Roman Polanski, tres de los mejores cineastas de la historia, decidieron tomar al toro por los cuernos e hicieron de Macbeth una doble proeza.
Por eso cuando Julian Kursel, para su segundo largometraje, opto por retomar esa historia muchos abrieron la boca y juzgaron si esperar el resultado. Uno bastante más que honroso por cierto; uno que sorprendió por la falta de expectativa quizá, pero sobre todo, porque termino destacando por merito propio en su estreno, en el pasado Festival de Cannes.
En la obra de William Shakespere, el duque de Escocia, recibe la profecía de tres brujas que dicen se convertirá en Rey de esa tierra.
La historia todos la conocemos, pero el director se encarga de mostrarnos, a través de portentosos escenarios escoceses, un extraordinariamente cuidado maquillaje y vestuario; no importa cuantas veces haya sido contada, aquí lo que importa es el quién y el cómo.
El realizador y el fotógrafo, Adam Arkapaw (True Detective) logran —y éste es quizá el aspecto de mayor interés en el film— una brillante puesta en escena, que no nos permite más que pensar en cómo puede llegar a ser extremadamente teatral y a la vez, imponentemente cinematográfica. El manejo del director es igualmente potente.
La tragedia de Macbeth se siente tan vital y visceral en las manos de los antes citados directores, cuyas narraciones son tan buenas como resulta tener a Shakespeare en pantalla. La versión de Kurzel se sostiene respetablemente junto a las de ellos. Y ese sin duda es el más grande de los elogios para cualquier director que se precie de serlo.
Esta claro que el cineasta sabía, no sólo lo que hacía, sino también lo que quería.
Poner a Michael Fassbender y a Marion Cotillard detrás de la piel de sus personajes, fue fundamental, ambos nos brindan sendas actuaciones, y si bien es verdad que el irlandés logra sobresalir, ella, aunque por momentos se queda en pausa, sigue sus pasos con un acento inglés que sorprenderá a varios.
Un clásico es un clásico, pero siempre es bueno ver algo diferente a los que nos tenía acostumbrados Kenneth Brannagh. Juzgue usted, señor Lector.
Twitter: @Xurrutia
