Dulces sueños mamá

Ximena Urrutia

Allan Poe, Mary Shelley, Bram Stoker, Lovecraft o Maupassant sentaron precedentes insospechados, sobre todo por ellos mismos. Y es que nunca ha existido duda: el género favorito de la taquilla es el terror. Los ejemplos abundan y la pruebas se encuentran en cualquier época en la que decida usted buscar, Señor lector. Hasta ahora, los maestros del terror por excelencia han sido los japoneses. En su historia fílmica están algunos de los títulos más emblemáticos en cuanto a este género se refiere. Pero como suele suceder con el tiempo —y la práctica— la maestría se expande y, en este caso, desde Austria llega una escalofriante cinta, que alegrará el corazón de los amantes del miedo.

Dulces sueños mamá es un filme dirigido por la dupla de directores y guionistas Severin Fiala y Veronika Franz, sobrinos del director Ulrich Seidl (Amor, Fe, Esperanza). Su vínculo creativo se remite a 17 años de trabajo en conjunto, formando una alianza familiar en la cinematografía de su país.

Aunque ésta es su ópera prima, todo parece indicar que con Ich seh, Ich seh (Dulces sueños mamá) han alcanzado una especial madurez, y es que los frutos de ese vínculo se experimentan de primera mano.

Los protagonistas de la cinta son unos gemelos de nueve años, que esperan con ansia el regreso de su madre en una casa de campo solitaria entre árboles y campos de maíz. Pero a su retorno —con la cara vendada por una cirugía estética— nada es como era antes. La madre cariñosa ha dejado de existir, la conclusión lógica para ellos es que la que está ahí no es ella.

La película sobresale por muchas razones: la historia es sólida y está contada con una especial destreza, los directores son capaces de apretar o aflojar la tensión, según requiera la secuencia en turno, y cada una de ellas está cargada de significados ocultos, de pistas y de secretos que se van revelando y que, sin duda, están marcados por la inocencia de los protagonistas.

El filme está situado en medio de escenarios que resultan contrastantes con la historia misma. La quietud de los paisajes, los colores y la fotografía crean un ambiente propicio que, además, rompe el esquema de lo que imaginamos naturalmente para este tipo de relatos. La atmósfera se crea entonces a través de la violencia pasiva, pero a su vez progresiva en cada uno de los personajes.

La cinta se va transformando en una de terror grave y atmosférica, que trata a su género y público con un respeto verdaderamente inusual; conforme avanza va evolucionando en un finísimo thriller psicológico, apoyado en la trama más allá de los efectos visuales y sonoros, sin que esto equivalga a la falta de violencia gráfica, en este caso absolutamente justificada.

A lo largo de la película, los realizadores hacen tributos y referencias constantes a directores consagrados como Franju, Haneke o Takashi Miike.

El negrito en el arroz podría estar hacia el final, donde por momentos lo obvio se hace presente para el espectador; sin embargo, podríamos hacernos de la vista gorda y dejar pasar por alto el asunto, porque sin duda ésta es una película que hace honor al género.

Twitter: @Xurrutia

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