Ximena Urrutia
El cine tiene tantas caras como miradas. El mismo filme puede ser una proeza para unos y un martirio para otros. Debemos entender que es imposible ser monedita de oro. Incluso en la gran pantalla.
El fin de semana pasado se estrenó 600 millas, de Gabriel Ripstein. Quizá usted, Sr. lector, habrá ya visto u oído algo de esta cinta de la que tanto se esta hablando en nuestro país, ¿por qué? Porque ha sido multipremiada en distintos festivales y países del mundo, porque el director forma parte de una de las dinastías cinematográficas más relevantes de nuestro país, porque ha causado controversia en distintos medios por su temática, porque uno de sus protagonistas es ni más ni menos que Tim Roth, y porque, y esto termina por ser definitorio, es la cinta que la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas eligió para ser nuestra representante en los Oscar. (Ojo, esto no significa que este seleccionada, si no que será la enviada por México para ser puesta en consideración).
Pero, quizá esas son las razones más llamativas, digamos, la cereza del pastel, porque la cuestión aquí es que la cinta tiene mucha más hebra que sacar.
El filme, como antes mencionaba, gira en torno a un tema que nos compete tanto a nosotros como a nuestros vecinos, el tráfico de armas en la frontera. Una de las poderosas razones de la violencia en ellas.
Los protagonistas son Tim Roth (Harris) y Kristian Ferrer (Arnulfo) quien es prácticamente un adolescente que está iniciándose en el negocio de las armas manejado por su tío (espléndidamente interpretado por Noé Hernández). Roth es un agente de la ATF que trabaja en la zona y que rápidamente da con Arnulfo y su compañero de andadas, que de un golpe noquean al agente, abandonado por su compañero y, sin saber qué hacer, Arnulfo opta por secuestrar a Roth y adentrarse a México con él. Esto detona la trama, estableciendo el punto de partida de la que será una ambigua y forzada relación de supervivencia.
Ripstein construye la historia con elementos básicos, recursos mínimos que contrario a ser simples convierten la cinta en una bastante compleja, la reflexión en torno a la relación que ejercen los personajes podría ser un esbozo de la nuestra con Estados Unidos.
Con una cámara prácticamente estática, la cinta permite que la imaginación del espectador se convierta en un factor más del juego y es que muchas de la acciones ocurren fuera de cuadro y se dibujan a través del sonido. La propuesta es clara, él y su fotógrafo, el belga Alain Marcoen, trazan un filme de corte casi documental a la que no se suman en ningún momento elementos estéticos innecesarios, humanizando a los personajes y convirtiéndolos ya no el malo, el bueno o el feo, pero si, en seres con matices en cada una de sus acciones. Un claro rompimiento de los estereotipos.
El filme logra impactar por su realismo estético y narrativo. Así como por las actuaciones del consagrado Roth, que ha establecido una estrecha relación con nuestra cinematografía a raíz de su trabajo con Michael Franco; y Ferrer que forja su camino con paso firme por nuestro cine.
Júzguelo usted, señor lector.
Twitter: @Xurrutia