El narcotraficante, la famosa y el mito de Narciso

Según la mitología griega, Némesis, la diosa de la venganza, castigó a Narciso por haber despreciado a la ninfa Eco, condenándolo a mirar perpetuamente su propia imagen en una fuente. Incapaz de dejar de contemplar su reflejo, Narciso terminó por arrojarse al agua y ahogarse. Es así que para algunos embelesados por la vanidad, la soberbia y las mieles del poder, al tomar malas decisiones, el destino final no puede ser más que infausto.

El narcotraficante. Decía ser alguien que trabajaba por su comunidad, que resolvía los problemas que el gobierno era incapaz de solucionar. Fue escalando su actividad delictiva hasta generar uno de los grandes emporios del crimen organizado, con presencia multinacional. Obtuvo todo lo que el dinero puede comprar: lujos, mujeres, lealtades y, por momentos, el acceso a las élites del país —por el miedo que le tenían y no porque le profesaran precisamente respeto o admiración, sino, en el fondo, un profundo desprecio—. Decía no ser sanguinario y matar sólo cuando era necesario. Combatió al gobierno y lo humilló cuantas veces pudo. En su momento, se escapó de la cárcel en la que estaba recluido.

La famosa. Ella recibió una educación esmerada, en los mejores colegios. Su aparición en una influyente televisora le permitió ser conocida, admirada y codiciada. Dueña de una singular belleza y cierto talento, se codeaba con el jet set del país (si acaso existía algo que se pudiera denominar como tal).

Salía en anuncios publicitarios y las revistas del corazón daban cuenta de sus relaciones amorosas y de su actividad “artística”. Obtuvo algún reconocimiento por su labor como actriz, tanto en la televisión como en sus escasas películas (prescindibles sin excepción). Sus decisiones profesionales la fueron acercando al mundo del narcotraficante, hasta generarle simpatía por él. Creyó que el desprestigio por el que atravesaba el gobierno —ella misma sería en ocasiones muy crítica— haría menos satanizable la defensa de la figura y la labor del narco. La imagen distorsionada que le devolvía el espejo (o el reflejo en el agua) probablemente le generó confusión entre el papel que representaba ante las cámaras y las posibilidades de ejercerlo con impunidad en la vida real. Y los rumores, a fuerza de repetirse, se convirtieron en realidad: no sólo hablaba bien del narco, sino que podía sostener un vínculo con él. Nunca entendió bien que, al margen de sus simpatías por el sujeto, la relación que estableció con él se encontraba al margen de la ley.

¿Sorpresa? Ella era Virginia Vallejo y él Pablo Escobar. Éste fue abatido en 1993, tras un exitoso operativo de inteligencia de la policía colombiana; aquélla confesó (hasta 2006) sus vínculos con Escobar (que durante todos los años previos había negado) e incluso escribió un libro al respecto. En algún momento Vallejo recapacitó, hizo lo correcto y declaró en contra del cártel de Medellín. Decidió que su relación con el sistema de justicia de Estados Unidos fuera acogerse al programa de testigos protegidos. Dadas las circunstancias, parecía una mejor alternativa.

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