Oliver Sacks, lecciones de vida y de muerte**

Oliver Sacks nació en Londres en 1933, dentro de una familia judía ortodoxa y pasó sus primeros años en Cricklewood, un barrio judío también muy ortodoxo. A los 18 años le confesó a su padre que sentía atracción por los hombres de-satando un drama familiar con su madre, quien sólo atinó a decirle que “era una abominación y ojalá no hubiera nacido”.

Sacks, que hasta entonces se había conservado indiferente ante las creencias de sus padres, rompió con la religión de su familia: “las duras palabras de mi madre me hicieron detestar la capacidad de la religión para fomentar el fanatismo y la crueldad”.

Emigró de Inglaterra a Los Ángeles en 1960 ya graduado como médico y se incorporó como residente de Neurología en UCLA. El cambio fue difícil. Sacks no encontraba un sentido profundo para su vida y desarrolló una “adicción casi suicida a las anfetaminas”. Su trabajo en un hospital para enfermos crónicos en el Bronx le salvó la vida y fue entonces que comenzó a contar por escrito las historias de sus pacientes. Rescatar el relato médico casi en extinción en aquella época, sería su vocación y sentido existencial.

Sacks murió el año pasado en Nueva York de una metástasis de un viejo cáncer en el ojo que pasó a su hígado. Desde antes de saber que estaba mortalmente enfermo, se había dedicado a escribir su historia y publicó en 2015 su biografía En movimiento.

Decidió contarle al mundo que pronto iba a morir y escribió 3 ensayos que se publicaron en el New York Times. La entereza y la lucidez con la que se enfrenta a la vejez, a la enfermedad y a la muerte, es extraordinaria.

Sacks hizo un ejercicio de gratitud con estas publicaciones: “doy gracias por haber vivido muchas cosas —algunas maravillosas y otras horribles—, por haber disfrutado de un diálogo con el mundo”. Se confesó “de temperamento vehemente, de violentos entusiasmos y extrema inmoderación en todas sus pasiones”.

La muerte le permitió verlo todo con distancias, desde una gran altura, como si fuera un paisaje. Amó, fue amado y aunque asustado, su sentimiento predominante fue de gratitud.

En su último ensayo Sabbat, publicado dos semanas antes de morir, reflexiona sobre lo distinta que habría sido su vida si sus padres lo hubieran aceptado como era a pesar de sus creencias religiosas. En un acto de reconciliación con su origen, Sacks visita Israel en 2014 y es invitado junto con Billy, su pareja, a compartir el Sabbat con parte de su familia, gesto que hizo evidente el cambio de actitud incluso entre los más ortodoxos. “La paz del Sabbat lo inundaba todo y me sentí inundado de melancolía y de algo parecido a la nostalgia”. En este emotivo ensayo, Sacks se declara feliz por haber sido capaz de hablar en su biografía de su sexualidad de manera franca, sin importarle la opinión de los demás, sin más secretos ni culpas.

La cercanía de la muerte, “el séptimo día de la propia vida, es cuando tienes la sensación de que tu obra está terminada y de que, con la conciencia tranquila, puedes descansar.”

**Basado en el libro Gratitud,

Oliver Sacks, Anagrama, 2016

*Vale Villa es psicoterapeuta sistémica y narrativa desde hace 15 años. Este es un espacio para la reflexión de la vida emocional y sus desafíos.

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