Amor por encargo

La estigmatización de ciertos géneros en el cine y la televisión han obligado a algunos a juzgar de forma, muchas veces equivocada, el filme o serie en cuestión.

Y eso es lo que de manera, a veces radical, sucede con géneros como el melodrama (que de forma inmediata conectamos en muchas ocasiones con la telenovela) o la comedia, sobre todo romántica, que nos lleva a pensar en ese Hollywood que sólo busca colar éxitos de taquilla.

Sin embargo, generalizar, como todo en esta vida, puede suponer el inminente peligro de la pérdida; en este caso, la de una buena película.

Amor por encargo es un buen ejemplo de ello y se estrena este fin de semana en las salas de nuestro país.

La comedia llega de Francia y nos sitúa en un lugar que difícilmente será ajeno a casi cualquiera, y es que de una u otra manera siempre caeremos en empatía con alguno de los personajes o sus circunstancias.

Veamos: El filme arranca con la presentación de Gabrielle, una mujer que ha criado sola a su hija Claire, ahora de 17 años, y que, sorpresivamente (o no tanto), ha quedado embarazada de Simón, quien se niega a hacer frente a su recién adquirida responsabilidad. Gabrielle decide tomar las riendas de la situación y ponerse en contacto con el padre de Simon.

Ange es el padre, un hombre seductor, soltero y adorable que hasta la fecha no ha asumido jamás su paternidad con Simon, y al parecer no tiene intención de hacerlo.

La mesa está puesta. Si hablamos de géneros, el filme nos lleva de manera obligatoria a una clásica situación de enredos en las que nosotros espectadores nos permitiremos reír y por momentos incluso sufrir la condición de los personajes, (ya lo sabe usté, señor lector, la sombra es hija de la luz).

Quizá no está de más mencionar que la libertad que le da la patria la hace aún más atractiva, y es que la cinta se aleja de ciertas convenciones hollywoodenses de manera que los franceses hablan de temas tabú como el sexo, el aborto, la enfermedad (física y mental) de una sociedad con esa naturalidad adquirida con años y esfuerzo. Y eso termina por ser absolutamente refrescante.

Se trata pues de una película divertida, en la que no hay quizá sorpresas: bien hecha, bien actuada y que nos regalara ese buen rato que todos nos falta de tanto en tanto. Y es que seamos honestos y claros (ya de pasada), la realidad es que el cine está dividido: existe el que está hecho para la reflexión, con lineamientos claros en cuanto arte se refiere; y el otro, el que está hecho para la entretener, para divertir y para asegurar una taquilla; pero entre ambos converge un tercero, una rara especie que, si bien utiliza o sigue algunas de las reglas de la primera, también descansa en la segunda, haciendo de la mezcla filmes inteligentes que nos permiten olvidar el trajín diario, por lo menos esas horas que pasamos dentro de una sala cinematográfica, y eso siempre será razón de agradecimiento.

Que se divierta, señor lector.

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