Cuando era pequeño y no sabía lo que era la muerte, me divertía visitar cementerios en compañía de mis padres. Me recostaba sobre las lápidas como quien lo hace sobre un colchón para probar su comodidad. —“¡Mira, mamá, quepo en esta tumba!”—. Lo que más estimulaba mi imaginación era examinar los nombres y las fechas grabadas en los sepulcros.
Por ejemplo, leía “don fulano de tal (1896-1979)” e imaginaba a un venerable anciano que había llevado una vida de logros y aventuras. Otras veces no era tan fácil inventarse una biografía. “Zutano de tal (1940-1969)”. ¿De qué habrá muerto zutano? ¿Un accidente? ¿Una enfermedad prematura? En otras ocasiones, la historia resultaba evidente: “Perenganito de tal (1974-1974)”.
El niño murió al nacer o días después. Alguien había colocado un osito de peluche sobre su sepultura.
Mausoleos del Ángel está a un lado de Ciudad Universitaria. Hace unos años mi padre compró ahí un nicho para la familia. El otro día me dijo que también había contratado el servicio funerario completo para él y para mi madre y, como había oferta de tres por dos, también para mí. —“Ya dejé pagada tu cremación”— me dijo satisfecho. —“¡Pero si yo no quiero que me incineren!”— le reclamé airado. Mi padre memiró molesto y refunfuñó una frase que se me ha quedado clavada: “A ti no hay manera de dejarte contento”.
Ustedes pensarán que soy un latoso, pero no está en mis planes que me hagan ceniza. Prefiero consumirme dentro de la tierra a la manera tradicional. Y, pensándolo bien, tampoco quiero que me entierren en Mausoleos del Ángel porque está muy cerca de mi oficina. Me da tristeza pensar que mis colegas y alumnos tuvieran tan cerca mi sepultura y jamás fueran a dejarle flores. No dudo que para evitar ese tipo de vergüenzas algunos de mis conocidos hayan manifestado su voluntad de que esparzan sus cenizas. Pero la verdad es que se ha perdido la costumbre de visitar las tumbas de nuestros familiares y amigos. Es mejor hacerse a la idea de que no irá nadie.
Pues bien, hace unos días fui a Mausoleos del Ángel. Recorriendo sus pasillos me di cuenta de que no eran pocos los nichos de personas de mi generación.
“Fulana de tal (1964-2015)”. Si fulana viviera seríamos casi contemporáneos, quizá tendríamos conocidos en común. Sin querer empecé a buscar personas que hubieran nacido en 1962. Por aquí hallé una, por allá otra. ¡Todos ellos pudieron haber sido mis compañeritos en la escuela! Entonces, como si se iluminaran de repente, los nombres “Guillermo” empezaron a llamar mi atención. ¡Cuántos difuntos llamados como yo! Apresuré el paso. Entendí lo que estaba sucediendo.
Salí de Mausoleos del Ángel aliviado de no haber encontrado una lápida con la inscripción “Guillermo Hurtado (1962-2017)”. Respiré hondo. Quise reír de alegría. No pude.
guillermo.hurtado@3.80.3.65
Twitter: @Hurtado2710