Un discurso de Luis Cabrera

El 30 de enero de 1931, Luis Cabrera dio un discurso que provocó tal escándalo que el gobierno de Ortiz Rubio lo envió al exilio. ¿Qué fue lo que dijo en aquella ocasión?

Cabrera sostuvo que la Revolución mexicana había acabado. La tarea no se había cumplido y lo que faltaba por hacer era tan o más importante de lo que se había logrado hasta entonces. Cabrera consideraba que el problema agrario seguía siendo el principal, como en 1910, y lo había hecho notar Molina Enríquez. Cabrera señalaba que la solución de este problema requería cinco acciones de gobierno: la división de los latifundios, la formación y el fomento de la pequeña propiedad, la dotación de ejidos a los pueblos, la irrigación y el crédito agrícola. Afirmaba que lo único que había logrado la Revolución hasta entonces era avanzar en la dotación de ejidos. En todo lo demás había quedado a deber. Cabrera también se lamentaba de que aunque la Constitución de 1917 había nacionalizado el subsuelo, las compañías extranjeras seguían siendo las dueñas de la producción mineral y petrolera. El autor sostenía que había que nacionalizar no sólo el petróleo y la minería sino todas las otras industrias de exportación, como el henequén, el chicle y el palo de tinte.

El gobierno de Lázaro Cárdenas siguió al pie de la letra las recomendaciones de Cabrera. Por una parte, le dio un impulso enorme a la reforma agraria —aunque no a la pequeña propiedad agrícola—. Por otra parte, la industria petrolera se expropió en 1936 y las haciendas productoras de henequén se fraccionaron y repartieron en 1937.

Cabrera afirmaba que en el plano educativo los objetivos inmediatos del Estado revolucionario deberían ser: (1) enseñar lectoescritura en español a todos los indígenas, (2) ofrecer educación primaria elemental a todos los campesinos del país e (3) impartir educación primaria superior con enseñanza elemental técnica obrera a la población urbana. Por lo que tocaba a la secundaria, Cabrera sostenía que el Estado podía seguir impartiéndola, como hasta entonces, pero que no debía ser sólo su responsabilidad. Su propuesta más impactante es que el Estado no debía impartir educación universitaria.

Cabrera afirmaba que la UNAM no era ni universidad, ni nacional ni autónoma y que debía ser privada, es decir, subsistir de las colegiaturas de los alumnos; lo que, de paso, añadía, resolvería el problema de la politiquería estudiantil.

En este punto, el gobierno del PNR también escuchó a Cabrera. El 21 de octubre de 1933, el Congreso aprobó la nueva Ley Orgánica de la UNAM que le quitaba el carácter de nacional y la obligaba a vivir de sus propios recursos.

Cabrera todavía pensaba que México no saldría adelante hasta que el problema racial no se resolviera, es decir, hasta que la nación no fuera culturalmente homogénea. A Cabrera le parecía un error, mera demagogia, revivir la cultura indígena a través de sus idiomas y costumbres. Siguiendo a Molina Enríquez, Cabrera sostenía que México debía apostar por el mestizo:

había que convertir a los indios en mestizos. El repudio al indigenismo de Cabrera se complementa con su desprecio del yankismo. Se lamentaba de que el inglés penetrara en cada rincón de la vida nacional y señalaba el peligro de que se perdiera el idioma. La coincidencia con Vasconcelos en este doble rechazo del indigenismo y el yankismo es quizá una característica común de una generación de intelectuales mexicanos.

Fue en el aspecto político en donde la crítica de Cabrera tocó fibras sensibles.

La Revolución, afirmaba, no había resuelto ninguno de los problemas políticos del país. Cabrera hace una lista de los fracasos en ese campo: el principio de la no-reelección se abandonó para que Obregón volviera al poder pero seguía en pie a esa fecha. Tampoco había sufragio efectivo, aunque nadie tuviera el valor de reconocerlo. Cabrera concluye que en México nunca habrá libertad política, como pretendía Madero, sin alcanzar antes igualdad económica y social; pero, como lo entendió Carranza, tampoco podrá haber bienestar económico y social, sin libertades. El destino de la Revolución mexicana era realizar una síntesis de Madero y de Carranza, un sistema en el que se pudiera disfrutar, al mismo tiempo, de libertad política y de justicia social. Esa meta, me parece, sigue en pie.

guillermo.hurtado@3.80.3.65

Twitter: @Hurtado2710

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