El momento mexicano

Foto: larazondemexico

México se encuentra en un momento crucial de su historia contemporánea. No se trata de una frase rimbombante, a tono con la jornada electoral: se trata de una observación ajustada a los retos del presente. Tras pasar la prueba definitiva de la alternancia, que no fue tanto el triunfo del PAN en las primeras elecciones del siglo XXI como el regreso del PRI a Los Pinos en 2012, el sistema político heredado de la transición da peligrosas muestras de desgaste.

Los partidos políticos están viviendo una reorganización acelerada, que responde a la profunda crisis institucional que vivimos. Unos son rebasados por la división entre tribus internas, otros se recomponen de acuerdo a la lealtad a un líder carismático, otros recurren a candidaturas independientes que no son tales. El descrédito y la falta de representatividad del sistema de partidos están produciendo esos reacomodos, que no necesariamente harán más efectiva nuestra democracia.

Las leyes electorales mexicanas, a pesar del avance de las últimas décadas, siguen siendo inadecuadas. Sin segunda vuelta, el presidente electo puede llegar al poder con el apoyo de poco más de la tercera parte del electorado, por lo que la construcción de mayorías parlamentarias y verdaderos bloques hegemónicos se vuelve muy difícil. Esa falta de consenso impide avanzar en reformas, pero también en políticas de Estado en temas tan graves y urgentes como la seguridad, la corrupción, la pobreza o la relación con Estados Unidos.

La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, con su promesa del muro y de la retirada del Tratado de Libre Comercio (TLCAN), constituyó una amenaza para México, pero también una oportunidad que la saliente administración de Enrique Peña Nieto no supo aprovechar. El “momento mexicano” que leemos en las páginas de algunos de los principales periódicos de Estados Unidos, como el New York Times, el Chicago Tribune o Los Angeles Times, y que vimos este fin de semana en la ceremonia de los Óscares, puede estimular el relanzamiento de la política doméstica e internacional que requiere el país.

Sin embargo, ninguna de las candidaturas presidenciales parece estar a la altura de ese “momento”, ni de las principales demandas de la mayoría electoral. En los últimos años, la acumulación de expectativas de cambio ha sido tal, que el actual proceso electoral no puede ser visto como uno más en la naciente democracia mexicana. Es mucho lo que se juega como para que los principales líderes y partidos realicen de manera rutinaria y mecánica su trabajo.

Las democracias, a diferencia de las revoluciones, son tediosas o poco espectaculares. Pero a veces, como ahora en México, requieren de una sacudida simbólica que ponga a los liderazgos y las instituciones en función de la gente. Un desenlace electoral que agrande más la distancia entre el orden institucional y la ciudadanía del país puede ser desastroso para el futuro inmediato de la democracia mexicana y sus relaciones con Estados Unidos y América Latina.

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