El anuncio de que la Dra. María Elena Álvarez-Buylla Roces será la próxima directora del Consejo Nacional para la Ciencia y la Tecnología ha sacudido a la comunidad científica. Se han formado dos bandos: el de quienes han pedido al Lic. López Obrador que reconsidere el nombramiento y el de quienes la defienden a ultranza. En este artículo no entraré en el fondo de esa polémica, sino que quisiera plantear otro asunto.
En su “Plan de reestructuración estratégica del Conacyt para adecuarse al Proyecto Alternativo de Nación (2018-2024) presentado por Morena” que ha circulado en los medios, la Dra. Álvarez-Buylla Roces propone una reforma a fondo del Conacyt. Por desgracia no encontramos nada alentador en dicho documento para la comunidad de humanistas. En la página 5 se dice que dentro del programa científico del nuevo gobierno “…la contribución de las ciencias sociales y las humanidades será proveer fuentes de reflexión, interrogación y diálogo crítico desde el punto de vista ético, estético y epistémico ante el desarrollo de las ciencias básicas y las tecnologías”.
Nuestros gobernantes de las últimas décadas han sido incapaces de entender que las humanidades son un activo fundamental de la nación y que, por lo mismo, se requiere una nueva política de Estado para proteger e impulsar esa riqueza intangible. Sin embargo, no podremos avanzar en esta tarea hasta que las humanidades dejen de formar parte del Conacyt
Esta visión de las ciencias sociales y de las humanidades como una reflexión auxiliar sobre las ciencias básicas y las tecnologías es inaceptable. Dejaré a un lado a las ciencias sociales y me ocuparé únicamente de las humanidades. La tarea de las humanidades es más amplia que la de proveer a los científicos y tecnólogos de reflexiones éticas, estéticas y epistémicas sobre su labor. Durante milenios, las humanidades —entiéndase, la filosofía, la filología, la historia, la crítica estética y literaria, la pedagogía— han hecho eso, pero mucho más que eso, muchísimo más.
Lo que muestra el documento de la Dra. Álvarez-Buylla Roces es que el sitio marginal que tienen las humanidades dentro del Conacyt no sólo va a continuar, sino que incluso puede agravarse.
[caption id="attachment_777121" align="aligncenter" width="1417"] María Elena Álvarez-Buylla, científica mexicana, próxima directora del Conacyt.[/caption]
La política científica del Estado mexicano lleva décadas ignorando a las humanidades o lo que es peor, intentando meterlas en el molde de la investigación científica. De esa manera, los modelos vigentes de planeación y evaluación de las humanidades han favorecido a la investigación interdisciplinaria sobre la disciplinaria, al trabajo colectivo sobre el individual, a la publicación de artículos en vez de libros, al uso del idioma inglés sobre el idioma español, etc. Ninguna de estas medidas ni todas ellas tomadas en su conjunto han elevado el nivel de la investigación en humanidades en México. Mi conjetura es que si ese nivel no ha descendido es por el ímpetu que las humanidades habían alcanzado antes de que esas reglas comenzaran a operar.
El origen de esta situación puede rastrearse al momento –alrededor de los años ochenta del siglo anterior– en que la tecnocracia priista abandonó el proyecto vasconcelista de promoción y difusión de las humanidades. La creación del Conaculta, hoy Secretaría de Cultura, no ayudó, ya que dejó a las humanidades en una especie de intersticio entre el arte y la ciencia. Como los tecnócratas no sabían dónde acomodarlas, las dejaron en el Conacyt por meras consideraciones burocráticas.
El origen de esta situación puede rastrearse al momento —alrededor de los años ochenta del siglo anterior— en que la tecnocracia priista abandonó el proyecto vasconcelista de promoción y difusión de las humanidades. La creación del Conaculta, hoy Secretaría de Cultura, no ayudó
Nuestros gobernantes de las últimas décadas han sido incapaces de entender que las humanidades son un activo fundamental de la nación y que, por lo mismo, se requiere una nueva política de Estado para proteger e impulsar esa riqueza intangible. Sin embargo, no podremos avanzar en esta tarea hasta que las humanidades dejen de formar parte del Conacyt. Estoy convencido de que si se hiciera una encuesta a nivel nacional entre todos los académicos que nos dedicamos a las humanidades, la opinión de que sería preferible dejar de formar parte del Conacyt alcanzaría una mayoría abrumadora.
Hace seis años propuse la creación de un Consejo Nacional para las Humanidades que fuera la materialización de una genuina política de Estado para las humanidades, pensaba entonces en algo equivalente al National Endowment for the Humanities que existe en los Estados Unidos de América. Vuelvo a poner esta propuesta a la consideración del futuro gobierno y de la sociedad civil. Ahora, más que nunca, esta exigencia es relevante. Mientras no tengamos una política de Estado para las humanidades y carezcamos de los instrumentos adecuados para implementarla, la cuarta transformación de México —una transformación que debe llegar a las consciencias— no se hará realidad.
