No cabe duda de que la fascinación que ha ejercido Batman en nosotros a lo largo de las décadas, más que ningún otro superhéroe, se debe a su condición de humano, demasiado humano. Es decir de nuestro semejante, mortal, sin poderes especiales.
Es difícil sentir empatía por alguien que desarrolla facultades de arácnido, pero no por alguien que sólo busca vengar la muerte de sus padres. Alimentado por ese deseo de vendetta, y con enormes depósitos de ira a su disposición, Batman es un personaje ultraviolento que, no obstante, pertenece al conjunto de los buenos. Es, en su avatar civil, un excéntrico millonario que habita una mansión descomunalmente grande, un solitario dedicado a la creación de gadgets y a la espera de que una señal lo convoque a combatir el crimen en Ciudad Gótica. Hechizados por esa figura, nos hemos contado sus aventuras cientos de veces, y lo hemos visto trascender las fronteras del cómic, del cine y del arte pop para asomarse a terrenos como el de la literatura.
Sí, desde los orígenes de Batman se ha dicho que tiene mucho de Lovecraft (en sus atmósferas enrarecidas, oscuras y un tanto tétricas) y no ha faltado quien compare la escena de Bruce Wayne y sus murciélagos en la cueva con la de Edgar Allan Poe y su cuervo en la ventana. Más cerca de nosotros en el tiempo y en el espacio, el poeta tabasqueño José Carlos Becerra se apropió de la figura del Caballero Oscuro en su poema “Batman” (escrito en 1965), y lo hizo genialmente. Becerra se centra en la soledad del personaje que, con su traje y capa doblados en una silla, espera en la noche la aparición de la señal en el cielo. Al poeta le bastan unos versículos para trazar la terrible semblanza del antihéroe: “Aguardando siempre la misma señal,/ el aviso del amor, del peligro, de como quieran llamarle./ (Quiero decir ese gran reflector encendido de pronto…)” El poeta insiste, la soledad se acentúa y Batman languidece: “¿Pero por qué no han encendido ese gran reflector?/ ¿Es sólo el ascenso de la noche lo que deja sus cascarones rotos en el aire?/ ¿Qué criatura de la oscuridad picotea para que el aire tome forma de cascarón roto, de peldaño dejado atrás?/ ¿Qué es aquello que detiene de súbito tus paseos por la habitación mientras te dices ‘Acaso deba esperar otro rato’?” Y así se pasa la noche, dando vueltas alrededor de su silla, hasta que un resplandor aparece en el cielo, pero ese resplandor es el amanecer…
Y en su flamante novela (que creo que es la número 101, pero no me hagan caso), titulada enigmáticamente Prins, el genial escritor argentino César Aira concibe a un protagonista harto de escribir exitosas novelas góticas y de lastimar, con esa prosa facilona de género, a la verdadera literatura… Decidido a dejar el oficio, se recluye en su gigantesca mansión e inicia un delirante viaje de opio que culmina en su decisión de salir a combatir las fechorías que está cometiendo una banda formada por sus ex empleados, quienes en realidad eran los escritores fantasma o “negros” que habían tecleado todos sus góticos best sellers… Por supuesto, hay muchísimo más, pero la presencia de Batman gravita notablemente en las páginas de Prins e incluso en un momento dado y sin venir al caso, es nombrado...
El hombre-murciélago sigue dando de qué hablar.