La narco-cultura se ha extendido como un cáncer por todos los medios de comunicación. Estamos invadidos por narco-corridos, narco-series, narco-películas, narco-literatura y ahora, incluso, por narco-moda. Esta cultura del narco tiene diversas modalidades. Hay alta narco-cultura —la que consumen las clases medias intelectuales— y baja narco-cultura —la que consume el proletariado—. Hay narco-cultura para exportación –que se hace pensando en el voraz mercado internacional– y narco cultura para consumo local —dirigida al no menos voraz mercado interno—. Hay narco-cultura creativa —que pretende ensanchar las fronteras del género— y narco-cultura repetitiva —que se conforma con reproducir un conjunto predecible de lugares comunes—. También tenemos narco-cultura importada —que se hace en lugares como Estados Unidos— y narco-cultura nacional —apoyada o no por los organismos culturales del Estado—.
Cualquiera que sea la forma que adopte, la narco-cultura se distingue por su alto contenido de violencia. Tanta violencia es nociva, enfermiza, pero lo que es peor es que, a pesar de condenar —de dientes para fuera— a la violencia, la narcultura la estetiza y, por ello, en ocasiones la justifica e incluso la glorifica.
En la crítica artística contemporánea se usa el término de hiperviolencia para clasificar a ciertos productos culturales que usan la violencia extrema como un recurso estético (las películas de Tarantino son un ejemplo de ello). La estetización de la violencia es un fenómeno de la cultura global. Sin embargo, eso no significa que no debamos preocuparnos por sus manifestaciones en México, en particular, con los productos de la narco-cultura.
"Hay personas sensibles que no resisten presenciar la hiperviolencia. Este rechazo no se basa sólo en un sentimiento afectivo sino en un juicio moral. Dicho de otra manera: no sólo es emocionalmente chocante sino moralmente reprobable mostrar los actos de violencia que se exhiben sin el menor recato"
Hay personas sensibles que no resisten presenciar la hiperviolencia. Este rechazo no se basa sólo en un sentimiento afectivo sino en un juicio moral. Dicho de otra manera: no sólo es emocionalmente chocante sino moralmente reprobable mostrar los actos de violencia que se exhiben sin el menor recato. En el pasado, la censura oficial de los medios de comunicación de todos los países occidentales prohibía la proyección de películas con contenidos de violencia demasiado altos. Ahora ya no hay límites. Lo que se ve en la televisión, el cine y el internet no tiene nombre.
Es urgente que en México se abra un debate serio sobre la estetización de la violencia, particularmente, en relación a las diversas manifestaciones del género de la narco-cultura.
[caption id="attachment_969964" align="alignnone" width="696"] Wagner Moura, protagonista de Narcos, en un fotograma de la serie. Foto: Especial[/caption]
No sostengo que debamos esconder la violencia, ocultarla debajo del tapete, querer tapar el sol con un dedo. Estoy convencido de que hay que documentarla, hay que mostrarla tal como es, pero es no significa que cualquier manera de hacerlo sea correcta.
Resulta preocupante es que al estetizar a la violencia se corre el peligro de pasar de largo su condena moral. Me preocupa que, en ocasiones, se sublima a la violencia, por ejemplo, con recreaciones artísticas de la fascinante brutalidad de sus operaciones, con descripciones detalladas de su armamento poderoso, incluso con la exposición del atractivo sexual de sus personajes. Pero lo que más me preocupa es que, a veces, a la violencia también se le domestica, incluso se le hace algo cómico. Me alarman, por encima de todo, los vulgares recursos humorísticos que se han desarrollado en los productos de la narco-cultura mexicana—personajes, gags, frases hechas— que la gente reconoce y que le provocan una risa fácil.
"En el caso de México, la narco-cultura ha ido más allá del testimonio de la violencia, la crueldad y la degradación, más allá de su denuncia, para convertirse en su mediatización más repugnante, ya que lo que pretende, a fin de cuentas, es lucrar con la desgracia y el dolor de los demás. Digámoslo sin miedo: la narco-cultura hace ricos y famosos
a personas sin escrúpulos"
Otro de los temas que habrá que discutir es el del factor comercial de la narco-cultura.
En el caso de México, la narco-cultura ha ido más allá del testimonio de la violencia, la crueldad y la degradación, más allá de su denuncia, para convertirse en su mediatización más repugnante, ya que lo que pretende, a fin de cuentas, es lucrar con la desgracia y el dolor de los demás. Digámoslo sin miedo: la narco-cultura hace ricas y famosas a personas sin escrúpulos.
¿Podemos ponerle un hasta aquí? ¿Qué puede hacer la sociedad para protegerse no sólo del mal gusto, sino de la afrenta moral que suponen la enorme mayoría de los productos de la narco-violencia?
Una solución es que los productos narco-culturales se prohíban por la censura oficial. Otra solución, que yo prefiero, es que el público las abandone y que la crítica las denuncie. El asunto es mucho más grave que el perjuicio que ocasionan al turismo. Se trata de la fibra moral de nuestra comunidad.
