La percepción de inseguridad a pesar de que ha bajado se mantiene en niveles que evidencian lo expuestos que estamos los ciudadanos.
En las grandes ciudades hemos aprendido a vivir bajo el estigma de que en cualquier momento podemos ser asaltados. Es cuestión de ver muchos de los noticieros por televisión en que muestran la gran cantidad de hechos violentos que se presentan en calles, domicilios y tiendas.
Los noticiarios no se dan abasto con la gran cantidad de asuntos a reportar derivados de lo que padecemos los ciudadanos. Las cosas no han cambiado y si bien no tiene sentido generalizar, es cierto que mucho de lo que estamos viviendo ha entrado en terrenos cada vez más delicados; todos sabemos que no podemos por ningún motivo bajar la guardia.
Esto es parte de lo que se vive en muchas de las calles de las grandes ciudades. Está, por otro lado, el brutal fenómeno de la delincuencia organizada la cual se ha ido apoderando de varios territorios obligando a los ciudadanos a dejar sus viviendas o de plano a pedirle a los delincuentes, que no a las autoridades, que los dejen en paz buscando alguna manera de poderse arreglar.
Todo esto que lo sabemos y lo vivimos viene a cuento porque está llegando el final del sexenio y en materia de seguridad hay pocos avances, aunque el Presidente asegure que su estrategia es la mejor y que no va a cambiar aquello de “abrazos no balazos”.
El número de personas muertas por hechos violentos está asfixiando al país, porque se presumía que en esta administración las cosas podrían cambiar. Está visto que no es así y lo más delicado es que de aquí al final del sexenio no se aprecia que pueda cambiar la dinámica. No se avanza, porque en buena medida las estrategias siguen siendo las mismas que en pasadas administraciones, lo que ha cambiado es el discurso y la narrativa.
A estas alturas no hay manera de regresar a los soldados a los cuarteles como lo prometió el Presidente de manera vehemente. No hay manera, porque la delincuencia organizada ha permeado en buena parte del país y estar teniendo un papel cada vez más protagónico en la cotidianidad nacional.
No se ve que existan elementos para que el Presidente haga un balance positivo en la materia. Más bien llama la atención que algunos de los estados que gobierna Morena están siendo el centro de la violencia sin que se hayan podido atemperar las cosas.
Ha dejado de tener sentido culpar al pasado, porque en algunos estados, señaladamente Zacatecas, Guerrero, Morelos, Veracruz, Sonora, Baja California, Sinaloa, Chiapas y recientemente Tabasco, la violencia se ha intensificado por las razones que se quieran. Podrán echarle la culpa a pequeñas bandas delincuenciales o a los cárteles, pero lo cierto es que la vida cotidiana de buena parte en estos estados anda en vilo.
Llama a la atención que cuando el Presidente visita estos estados llene de reconocimientos a sus gobernadores a pesar de que la gente los abuchee. Es cuestión de ver cómo le está yendo al gobernador de Morelos ante su gente a pesar de que el Presidente le dé palmaditas o asegure que hace muy bien las cosas cuando en los hechos es diferente.
En seguridad el Presidente no dio los pasos que prometió. Nos vamos a quedar con el grave problema de no haber avanzado, del incremento en el número de muertos por hechos violentos.
La narrativa mañanera no logra cambiar la terca realidad. En los balances habrá poco que contar, se perdió la oportunidad de hacer grandes cambios con las policías tratando de poco a poco hacer a un lado al Ejército para que regrese a los cuarteles a desarrollar el trabajo para el cual ha sido creado.
RESQUICIOS.
El candidato de Movimiento Ciudadano anda buscando bronca en cada esquina. Después de la lamentable borrachera en el estadio de los Tigres, no hay día en que no se lance contra sus adversarias, sobre todo, trae en la mira a Xóchitl. Si de esto se trata el precario futuro será más precario y menos futuro.