En entrevista antes de las elecciones, el periodista Jesse Watters le preguntó a Trump si el ataque contra los cárteles de la droga estaba todavía sobre la mesa. “Absolutamente”, respondió el candidato. ¿Incluso contra el mayor socio comercial?, reviró Watters. “Absolutamente. México tendrá que enderezar las cosas muy rápido porque están matando a 300 mil al año con el fentanilo que entra”, dijo Trump.
El académico Tony Payán, de Rice University, considera que esas palabras deben tomarse en serio: “Es importante entender que, para Trump, ir agresivamente contra las organizaciones del narcotráfico de México es políticamente rentable. Por eso hay que tomarlo en serio y México debería negociar un acuerdo para luchar juntos contra el crimen organizado. Si no, lo hará solo”.
Difiero en algo. Para un político que ha ganado la presidencia por segunda vez, la rentabilidad política no es lo más importante. Su objetivo es cumplir su misión. En este caso, resolver la crisis de opioides que convierte en una película de zombis a calles enteras de las ciudades de Estados Unidos. Es decir, aquellas palabras se deben de tomar más en serio aún. Lo cual se confirma con el perfil del equipo de Trump, más orientado a ocuparse de la frontera sur que de Ucrania o Medio Oriente.
¿Es malagradecido pero no tanto, o cómo?
Desgraciadamente, en México, el combate al crimen organizado se ha vuelto un tema de imposible consenso. Aunque la inseguridad sea la primera preocupación de los mexicanos según todas las encuestas. Porque todos los gobiernos (los del PRI, PAN y Morena) se han topado con alianzas opositoras formadas por ideólogos antipunitivistas, jueces hipergarantistas y partidos ardidos (Morena, PAN y PRI cuando no gobiernan).
Cada sexenio, el debate termina cuando alguien pontifica con tono angelical: “La mejor estrategia de seguridad pública son los derechos humanos y el Estado de derecho, punto”. Traducción: “No cooperaremos en su estrategia de seguridad”. Se trata de políticos que antes fueron punitivistas y ahora, en la oposición, son más pacifistas que Gandhi. Pero, cuando esos mismos opositores llaman a considerar “terroristas” a los grupos criminales, con las graves implicaciones internacionales que eso tiene, sus aliados antipunitivistas e hipergarantistas ya no protestan. Guardan un silencio hipócrita.
Llevamos décadas de un diálogo de sordos (de cínicos) que hoy corre el riesgo de empantanarse peor. Se ha sumado un contexto que empodera aún más a las organizaciones criminales (la crisis postpandemia, la facilidad creciente de procurarse armas de alto calibre, el lavado de dinero en lejanos paraísos fiscales, etcétera).
A diferencia de otro tipo de amenazas criminales o militares, la producción de fentanilo ocurre en pequeños laboratorios clandestinos, ubicados en áreas urbanas (véanse los reportajes de Bertrand Monnet). Aún si Trump estuviera dispuesto a destruir la buena relación con su principal socio comercial, no podría hacer estallar un megalaboratorio con un dron, pues no hay tal. Son muchos, móviles y dispersos. Más bien, debe apoyar que México mismo se encargue de atender el problema. ¿Quién va y le explica?