El último libro de la psicoanalista española Lola López Mondéjar, Sin relato. Atrofia de la capacidad narrativa y crisis de la subjetividad (2024), que ha ganado este año el Premio Anagrama de Ensayo, señala algo constatable todos los días, en cualquier ámbito. Las personas van perdiendo una facultad básica para ser eso, personas: la facultad de contar sus respectivas historias.
López Mondéjar lo ha verificado en sus consultas, sobre todo, con pacientes jóvenes. La explicación para este fenómeno sería múltiple: indefinición vocacional, precariedad en el mercado del trabajo, mayor exposición a las narrativas mediáticas, digitales y de las redes sociales. Los principales énfasis del estudio de López Mondéjar se encuentran en este último aspecto, el de la diseminación del yo en la era digital, pero la ensayista no deja de insinuar otras rutas interpretativas.
No habría contradicción entre esas personas huecas que López Mondéjar encuentra en su consultorio y la proliferación de relatos frívolos y noticias falsas que inundan las redes y los medios. Más bien, habría una relación de complementariedad, ya que el aplanamiento de las narrativas personales debe mucho a la recepción masiva y pasiva de malas historias mediáticas. Un espectador ensimismado, que balbucea la ficción de su yo, sería resultado de la banalización del narcisismo.
Hablaba Aristóteles en su Estética de la fábula como núcleo de la tragedia. El planteamiento, el nudo y el desenlace de un conflicto eran las fases insoslayables de una historia que daba vida a los personajes y no al revés. Con los relatos falsos y las malas historias sucede, por lo general, lo contrario: el personaje antecede a la trama, la vana celebración del yo predomina sobre la exposición de un conflicto. El “de te fabula narratur” diluye la historia.
No sólo se trata de algo muy extendido en la esfera civil de las redes sociales sino en la política. En líderes como Donald Trump o Javier Milei es más que evidente la simplificación de una epopeya personal, con todos los clichés de la literatura de autoayuda y éxito empresarial, a la que se agrega una narrativa elemental de la grandeza nacional venida a menos. Ese nuevo mesianismo funciona como parodia de los discursos políticos más graves de hace treinta años o de hace medio siglo.
Si Trump y Milei remedan los dramas de la Guerra Fría, poniendo a China, a México o a los “zurdos” en el lugar que entonces se asignaba a la Unión Soviética y el comunismo internacional, Putin, Erdogan e, incluso, Orbán, inventan un nuevo “Occidente”, inverosímil por su naturaleza cada vez más conflictiva y heterogénea. De un lado u otro, se arman relatos simples y maniqueos que movilizan a esos ciudadanos sin relato que lamenta López Mondéjar.
La misma correlación podría observarse en la extraña corriente de simpatía que, en Estados Unidos, se ha desatado a favor de Luigi Mangione, el joven que asesinó al CEO de United Healthcare, Brian Thompson, hace algunas semanas. Mangione no es un pobre desempleado sino un hijo de familia rica, graduado de la Universidad de Pennsylvania y con una vida privilegiada.
Los abogados de Mangione no encuentran una historia bien narrada de las motivaciones del joven para asesinar a Thompson y están considerando optar por el argumento de la locura. Temen que una estrategia de defensa basada en el rechazo a la hipocresía y el egoísmo de la aseguradoras médicas en Estados Unidos pueda ser vista como una impostura.
Mangione vendría siendo ese sujeto sin relato que describe la psicoanalista y que resulta cada vez más frecuente en el siglo XXI. Una especie de Meursault, el protagonista de El extranjero (1942), la novela de Albert Camus, que encarnaría una indiferencia radical, capaz de desembocar en el homicidio. Los arquetipos contrarios a Mangione y Meursault se encontrarían en los jóvenes yihadistas que detonan bombas en cualquier ciudad del planeta.