La palabra tiene algo de misterioso y lejano, como la gigantesca isla que denota. Si ahora la tenemos en mente es porque ha aparecido en las noticias mundiales. Donald Trump ha reiterado que quiere comprar ese territorio a los daneses. No se trata de otra más de las locas ocurrencias del próximo presidente del país más poderoso del mundo, sino de una opción estratégica que ya había sido contemplada por otros líderes de esa nación.
Carla Sands, la exembajadora de Estados Unidos en Dinamarca durante el primer periodo de Trump, planteó el asunto como si fuera algo perfectamente razonable. Groenlandia es muy grande y tiene muy poca población. Dinamarca no tiene la capacidad para explotar y defender las riquezas naturales de ese territorio. Por lo mismo, Estados Unidos, que, sí tiene esa capacidad, debería tomar posesión de la isla para que alcance todas sus potencialidades. Quienes recuerden algo de la historia de México, podrán percatarse de que el argumento es semejante al que esgrimía Estados Unidos cuando querían comprarnos los territorios que luego perdimos en la guerra. Por ejemplo, lo que se decía es que, si México no podía hacer uso de la enorme región de la Alta California, ¿para qué insistía en quedarse con ella? Puestas las cosas así, sonaba a una necedad que no quisiéramos vendérsela a los vecinos del norte.
La ex embajadora Sands señaló además un dato como de pasada que no debe perderse de vista: Groenlandia está en el continente americano. Si recordamos la doctrina Monroe, que declaraba que América debía ser para los americanos, Estados Unidos podrían decir que, al reclamar Groenlandia para ellos, lograrían que ese territorio ocupado por una nación europea se libere por fin del yugo colonial. Ese mismo argumento se usó en contra de España durante la guerra de 1898. A partir de entonces, no se olvide, la estratégica isla de Puerto Rico se convirtió en territorio de Estados Unidos.

Rocha Cantú en París
¿Por qué nos resulta extraño, nos causa sorpresa e incluso risa que Trump quiera apoderarse de Groenlandia? La razón es que nos ha hecho creer que la expansión territorial dejó de ser un interés de las grandes potencias después de la Segunda Guerra Mundial, que eso era algo del pasado. La expansión que, se supone, era la importante era otra: comercial, tecnológica, ideológica y política. El viejo afán de conquistar territorios parecía algo del siglo XIX, totalmente superado. Lo que ahora vemos es que las cosas nunca fueron tan sencillas. ¡Qué inocentes fuimos!
La pregunta inquietante que nos formulamos es la de cuál será el destino de México en esta redefinición de las fronteras de las grandes potencias. ¿Quedaremos dentro del círculo trazado por Estados Unidos? ¿De qué manera? ¿Quedaremos por fuera de ese círculo? ¿En qué condición? Cualquier respuesta resulta inquietante porque cada una supone riesgos diversos.

