TEATRO DE SOMBRAS

Irse con su música a otra parte

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: La Razón de México

¿Se acuerda usted, amable lector, de cuando los mayores nos pedían que nos fuéramos con nuestra música a otra parte? Pues bien, a partir de los años ochenta, se pudo hacer eso de manera literal y, además, sin que se lo ordenaran a uno, por puro gusto.

Compré mi primer Walkman por ahí de 1983. Era el modelo Walkman II lanzado por la compañía Sony en 1981. Gracias a este pequeño aparato reproductor de casetes uno podía llevar a cualquier lado su música favorita y para escucharla uno utilizaba unos audífonos livianos de alta calidad que, lo recuerdo bien, tenían cojinetes de color naranja.

El Walkman fue un invento que marcó un antes y un después en la historia de la milenaria relación entre el ser humano y la música. No exagero. Hoy en día nos parece de lo más normal que uno pueda escuchar cualquier canción en cualquier momento y en cualquier lugar. Tan fácil como seleccionar la pieza en la memoria de nuestro teléfono o sencillamente como buscarla en Internet por medio del mismo aparato. Antes de 1980 eso era imposible. Uno debía llevar un radio de transistores e irlo escuchando con la esperanza de que pasara la canción que queríamos oír o debía cargar un pesado reproductor de casetes que resultaba muy incómodo. No era sencillo ir a cualquier lado con su propia música. Hoy en día, podemos escuchar la canción que queramos con sólo mover un dedo sobre una pantallita.

Una crítica que se hizo al Walkman desde el principio es que los jóvenes que lo usaban se aislaban del entorno por quedar absortos con una música que sólo ellos escuchaban. Antes, la música era, por lo general, un fenómeno comunitario. La música se compartía con los demás y se convivía en torno a ella. En las casas de antaño, las familias se sentaban en la sala para prestar atención a uno de los suyos cuando tocaba un instrumento o para escuchar el radio de bulbos o para disfrutar de los discos de moda. Es cierto que los jóvenes podían encerrarse a escuchar su estación favorita o a poner sus discos de rock, pero normalmente eso sucedía bajo el techo de la casa familiar. Todo eso cambió con la llegada del Walkman. Cada quien podía escuchar su propia música sin que los demás oyeran nada. La autonomía que nos proporcionaba la maquinita también nos brindaba una privacidad insospechada. Nuestra música fue nuestra y de nadie más.

Cuando me fui a vivir a Inglaterra en 1985 llevé mi Walkman en el avión. La música que elegí fue el himno que me acompañó durante ese trayecto que cambió mi vida de manera profunda. Todavía recuerdo qué casetes escogí para viajar con mi música a otra parte.

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