“Pues allí donde el amor despierta,
muere el yo, déspota, sombrío”
Sigmund Freud

Ataque en Coahuayana
A cierta edad una cree que cuando dice “Te amo” es el momento culminante de la vida amorosa. Después quedará claro que es sólo el principio de una historia que podrá ser o no duradera cuando las chispas de la pasión amainen o de plano se apaguen.
El amor en todas sus formas no es sólo un sentimiento. Es sobre todo cuidado del otro, se trate del novio, marido, mejor amiga, hija, hijo, madre. Podemos decirle a alguien cuánto lo amamos pero si los actos no acompañan los dichos, la palabra da un poco igual.
Hubo un tiempo en que las parejas creyeron que lo que las unía era para siempre. La institución matrimonial, tan defectuosa, tuvo sus cimientos en la idea de la permanencia. Después, los modos de hacer familia y de vincularse se diversificaron y entendimos que decretar el para siempre no evita la sombra de lo efímero y de lo contingente. Nada dura para siempre, a menos que se tenga la flexibilidad para seguirse acompañando por la vida mientras vamos cambiando. El amor no es pura coincidencia y puntos en común. Eso lo aprendimos después de sufrir desilusiones y desamor, y supimos entonces que el amor se trata sobre todo de coexistir en las diferencias, hablándolas y resolviéndolas. La individualidad entre la gente que se ama es lo que le da al vínculo su cualidad de auténtico, porque no somos uno sólo sino dos en todas nuestras relaciones.
Hoy predomina una cultura en la que los amores y los amigos y las causas se desechan todos los días. La fugacidad, la liquidez, el miedo a que algo nos aprisione y nos quite libertad, es una de las marcas de nuestro tiempo. También las soledades han aparecido como modos legítimos de vida, pero a veces es tanta la soledad que se convierte en aislamiento. El trabajo remoto, con todas sus bendiciones, también nos ha vuelto unos solitarios que pueden volverse locos entre sus pensamientos y las noticias del celular.
Me repugnan los manuales del amor que dicen cómo amar, qué deberíamos sentir, cómo separarse correctamente y cómo hacer duelos de concurso, ofreciendo evitar el misterio y la incertidumbre que sólo se resuelve viviendo, experimentando, mediante ensayo y error. Al caer las estructuras tradicionales que sostuvieron a nuestros padres y abuelos, nos quedamos un poco a la deriva, sin saber muy bien de qué se trata ahora amar a alguien. Está muy bien, por otro lado, que hoy nos preguntemos qué queremos, qué no, cuáles son nuestros límites, cómo nos gusta que nos traten y cómo no. Nuestras madres y abuelas poco espacio tuvieron para hacerse estas preguntas. Lo que no está tan bien son las lógicas mercantiles que las y los pacientes traen al consultorio, repitiendo a veces lo que aprenden en TikTok: “Estos son mis no negociables”, dicen cuando están empezando una relación. “Estas son red flags y estas green flags”, cuando clasifican los defectos y las cualidades de una pareja potencial, “si no me suma esta relación, la dejo”, declaran con toda paz, sin ver el utilitarismo que hay en este marketing del amor, con sus “herramientas” incluidas.
Está muy bien aspirar a la autonomía emocional, pero vincularse debería incluir la tolerancia a la frustración, a la incertidumbre, a la posibilidad del fracaso. Muchos dicen que sólo quieren paz y tranquilidad y por eso optan por la soledad.
Amar es sobre todo cuidar y preocuparse por el bienestar de quienes amamos. Amar es una construcción, un esfuerzo del estado de ánimo para alojar a otro en nuestra vida, que nos va a obligar con su presencia a revisar nuestros patrones vinculares, nuestra historia, nuestros traumas. Los vínculos auténticamente amorosos nos hacen preguntas, nos interpelan, nos incomodan. También nos obligan a modificar nuestras expectativas porque el otro es un ser vivo que no podemos ni debemos intentar someter a nuestro control. El amor es un riesgo: hacer una amiga nueva y abrirle el corazón es un riesgo; volverse a enamorar es un riesgo; volver a intentar el amor con nuestra pareja de muchos años es un riesgo.
Freud habló de la neurosis de quienes donde aman no desean y donde desean no aman. Pasado el enamoramiento, estos dos elementos pueden volverse excluyentes. Parece que desear lo que ya tenemos es una de las tareas humanas más difíciles. A veces las parejas viven mucho más en el terreno de la ternura, la protección y la estabilidad, a expensas de la deserotización del vínculo.
Hoy las personas pueden permitirse vivir varias monogamias sucesivas, hoy la gente experimenta con nuevos formatos de vínculo. Amar y desear a la misma persona es un conflicto, un problema para resolver, a veces abriendo la relación, a veces separándose, a veces siendo infiel, a veces resignándose.
Hay relaciones que sólo traen dolor y suelen ser las más difíciles de dejar. Relaciones basadas en la frustración permanente, en las que el bienestar y la calma aparecen poco.
A veces normalizamos la locura de ciertos lazos, porque hay algo inconsciente en elegir lugares de goce masoquista. Muchos encuentros en el presente son reencuentros con el pasado. A veces intentos torpes por resolver lo que nos duele.
Hay amores que traen calma, tranquilos, lejos de la tragedia. Menos espectaculares, quizá son amores que pasamos de largo porque venimos de historias en las que el drama y la pelea eran sinónimo de amor.
El amor no es incondicional y esta idea ha traído mucho sufrimiento. El amor tiene condiciones, límites, no es darlo todo ni resignarse ni casi morirse en el intento. No todo se tolera por amor. Para poder irse de relaciones marcadas por el dolor, hay que recuperar la vida, los intereses personales, la familia y los amigos. Encontrar lugares nuevos donde podamos sentirnos respetados y valorados.
Por: Valeria VillaAlgunas ideas sobre el amor

