TEATRO DE SOMBRAS

Ya se cayó el arbolito donde dormía el pavorreal

Guillermo Hurtado. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: La Razón de México

La historia se repite y algo que se repite en ella es la observación de que la historia se repite. ¿Acaso lo ignoramos? ¿O, si lo sabemos, lo olvidamos? La experiencia milenaria nos enseña que los imperios, todos ellos, no importa qué tan poderosos sean, están condenados a desaparecer. Sin embargo, cada vez que un imperio alcanza su cima, se infla de arrogancia y cultiva la convicción de que jamás declinará, de que será la excepción, de que es invencible.

El título de este artículo está tomado de la famosa canción vernácula de “Me he de comer esa tuna”, inmortalizada por Jorge Negrete y Amanda de Llano. Dice así la letra: “Ya se cayó el arbolito donde dormía el pavorreal, ahora dormirá en el suelo como cualquier animal”. A todo pavorreal, por más hermoso que sea su plumaje, le llega el día en que le tiran su arbolito y tiene que dormir sobre el mismo suelo mugroso en el que yacen los marranos.

Esta condena se observa, sobre todo, cuando acontece un cambio de régimen político y económico. Los que antes se pavoneaban en los restaurantes de moda, en los clubes más exclusivos y en las oficinas de la alta burocracia, desaparecen de la mirada pública. Muy pronto se les olvida porque de inmediato otros ocupan su sitio.

En el México del siglo pasado, con cada cambio de sexenio se les caía el arbolito a muchos pavorreales. Se les acababa el favor del presidente y, por lo mismo, los jugosos contratos, las invitaciones exclusivas, las fotos en la sección de sociales. Los que se consideraban personajes indispensables, se volvían como fantasmas apestosos, los que se describían como los genios más extraordinarios, pasaban a convertirse en pensadores del montón, y los que se anunciaban como las grandes promesas, se convertían ipso facto en cartuchos quemados.

Para quienes ven al pavorreal a la distancia y, sobre todo, desde abajo del mentado arbolito, su caída se disfruta enormemente, pero más allá de que sea la envidia la que alimente esa oscura alegría, podríamos decir que, por lo menos en algunas ocasiones, se trata de un asunto de justicia, de que cada quien esté en el lugar que se merece. Si el sitio del pavorreal es junto a las gallinas —no importa lo hermoso que sea su plumaje—, lo correcto es que ahí pase la noche y que no pretenda recibir atenciones, canonjías y honores que no le tocan.

Nadie puede poner en duda que vivimos una época de movimientos abruptos en México y el mundo entero. Cambian las ideas, los valores, los ideales, pero también las personas, las corporaciones e incluso los países. Quienes estaban a la cabeza ahora quedan relegados por otros que antes se asomaban desde el fondo de la fila. Este cambio de época nos recuerda al que se vivió en México y en el resto del mundo a principios del siglo XX, cuando el sistema social construido en el siglo XIX y que, para algunos, merecía ser eterno, se derrumbó estrepitosamente. La Belle Époque, que parecía perfecta, inmarcesible, acabó para siempre. Ahora podemos apreciar que a final del siglo XX también se construyó algo equivalente a ese mundo de finales del siglo XIX, que parecía destinado a perdurar para siempre. Sin embargo, debe quedarnos claro que ahora tampoco hay vuelta atrás. No faltarán quienes digan —y quizá no sin alguna razón— que ahora y hace un siglo, los tiempos pasados fueron mejores. Pueden decir misa, el hecho duro y bruto es que esos tiempos han pasado y para siempre.

La historia, la de los imperios, que se mide en siglos, y la de las personas, que se mide en años, no se detiene. Los imperios caen, las personas mueren. Las cosas son como son y no podemos hacer nada para detener las poderosas corrientes que arrastran consigo a los destinos humanos. Nada de eso debe asombrarnos. Como dice el libro del Eclesiastés: “¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y nada hay nuevo debajo del sol”.

Pobrecito del pavorreal que no se acostumbra a dormir en el suelo.