La película El Brutalista, narra la historia de un arquitecto húngaro-judío, sobreviviente de los campos de concentración nazi, que llega a Estados Unidos, huyendo de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, buscando el “sueño americano”.
El primer eje de la película es el que está relacionado inherentemente a la arquitectura. Lászlo Tóth, un personaje de ficción, se mueve hábilmente entre el funcionalismo inicial de Le Corbusier, Mies Van der Rohe o Alvar Aalto y el brutalismo de Louis Kahn, Paul Rudolph, Marcel Breuer, Agustín Hernandez en México o Mendes da Rocha en Brasil. Su estilo rompe por completo con la estética estadounidense y aunque de inicio es incomprendida, finalmente es admirada luego de volverse evidente que su arquitectura era apreciada en Europa.
Una buena parte de la película de tres horas y media, se desarrolla durante la remodelación de una biblioteca que utiliza una cuidada carpintería y una silla propia del diseño de posguerra y la construcción de un centro comunitario diseñado por Lászlo que incluye además de una librería, un gimnasio y un auditorio, una capilla cristiana.

Gestores bateados
El segundo proyecto es eminentemente brutalista por el uso de hormigón y utiliza la luz del sol para formar una cruz sobre el altar de la capilla, utilizando recursos que recuerdan al utilizado por Tadao Ando en la Iglesia de la Luz o al efecto logrado, aunque nada tiene de brutalista, en la Capilla de las Capuchinas de Luis Barragán.
Por otra parte, la última frase de la película “es el destino, no el viaje”, no deja de recordar el largo, obsesivo y tortuoso camino que recorre el arquitecto para lograr su obra que, a pesar de ser una oda al capital económico y ser un centro cristiano, se convirtió sobre todo y a pesar de todo en un símbolo de su drama personalísimo durante el Holocausto y el amor por su esposa.
Un segundo eje de la película está en el choque vital entre la búsqueda del sueño americano de un europeo culto y educado que huye del Holocausto a un país que lo tolera por su color de piel, su educación y su cultura, pero lo humilla y lo doblega por su origen, su fragilidad y su religión.
El choque más evidente está entre el personaje de Harrison Lee Van Buren, un estadounidense acaudalado que resume los valores del capitalismo estadounidense basado en el dinero y la meritocracia contra la aristocracia y el capital cultural europeo de Tóth que se vuelve evidente frente al propio Van Buren y sus amigos. El choque empieza con una hipócrita relación de admiración y respeto, que evoluciona en una de posesión y abuso.
El tercer eje de la película, es político. La película se desarrolla cuando se sostenían discusiones sobre la creación del Estado Israelí, a finales de la Segunda Guerra Mundial. El tema, como todos sabemos, está lejos de ser resuelto y desde octubre de 2023, el drama humano en la Franja de Gaza ha alcanzado dimensiones históricas y ha dado para incluso pensar en reubicar a los palestinos hacia otros países árabes.
También se aborda el sufrimiento del migrante en Estados Unidos y los abusos a los que está a expensas al intentar construirse una mejor vida. Hoy, además de las redadas y deportaciones masivas de migrantes, se han reducido los apoyos para los migrantes, el apoyo para los estudiantes extranjeros y el clima social se ha enturbiado, todavía más.
Por último, también está presente la imagen de una Europa destruida y desamparada, frente a un Estados Unidos próspero y en paz. Las recientes reuniones de mandatarios europeos, el affair Trump-Zelenski o las declaraciones de Macron muestran a una Europa desamparada frente a un gobierno estadounidense que ha cambiado su política internacional y parece que está dando la espalda a sus aliados desde la Segunda Guerra Mundial.
En suma, El Brutalista es una obra situada en un mundo de posguerra con fuertes similitudes con la situación política a la que nos enfrentamos. Un mundo que como los edificios brutalistas, parece que no tiene ningún empacho en mostrar las vigas, tuberías y estructuras y que cada vez se muestra con menos máscaras y más venas, huesos y sangre.
Hoy, hace 10 años se publicó mi primera columna en La Razón. Agradezco profundamente a Adrian Castillo y Mario Navarrete, así como a todo el gran equipo de La Razón. Así como a Horacio Vives y Eduardo Nateras, con los que he compartido estas páginas desde Tinta ITAM, Frente al Vértigo y Cartas Políticas.
