TEATRO DE SOMBRAS

La crítica literaria de Emilio Uranga

Guillermo Hurtado. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: La Razón de México

José Manuel Cuéllar ha editado una selección de ensayos de crítica literaria de Emilio Uranga (Herir en lo sensible. Ensayos y artículos de crítica literaria, México, Bonilla y Artigas, 2025). La compilación incluye 130 artículos publicados entre 1958 y 1984 en los que Uranga examina las obras de una larga lista de escritores mexicanos y extranjeros, entre los que podemos mencionar a Goethe, Proust, Joyce, Borges, Unamuno, Reyes, Arreola, Fuentes, Garibay y Poniatowska.

A Uranga se le recuerda hoy en día como un filósofo penetrante y como un comentarista político incómodo, pero también ejerció la crítica literaria durante décadas. Su estilo es inconfundible: erudito, agudo, inmisericorde, altanero. Uranga fue un crítico literario feroz. Le repugnaban los lugares comunes, las alabanzas infundadas y los ninguneos injustos. Sin embargo, uno no deja de quedarse con la impresión de que sus juicios nunca son totalmente objetivos, de que siempre se escurre por ahí un sentimiento visceral que mancha incluso sus mejores juicios. De esa manera, ni siquiera en sus textos más favorables deja de deslizar Uranga alguna crítica, a veces tan sutil que a duras penas uno logra captar la ironía malévola. Sus héroes literarios se le desinflan y acaba decepcionado de ellos, con poquísimas excepciones, acaso sólo Reyes o Goethe o Russell logran salvarse. Como bien dice Cuéllar en su excelente estudio introductorio, Uranga mojaba su pluma en veneno antes de escribir. Por eso mismo, el título que eligió para la antología es atinadísimo. Contaba Uranga que un torero famoso le había compartido que cuando se cae entre los cuernos del bovino lo que más se percibe es el instinto certero del animal para herir en lo sensible. Así como el toro hiere en lo más sensible del cuerpo del torero, la prosa de Uranga zahiere —deleitémonos con el verbo— lo más sensible de la escritura del artista. Octavio Paz resumió muy bien lo que hemos dicho. Lo cito: “Uranga fue un excelente crítico literario. Lástima que haya escrito tan poco. Hubiera podido ser el gran crítico de nuestras letras: tenía gusto, cultura, penetración. Tal vez le faltaba otra cualidad indispensable: simpatía”.

A decir verdad, Uranga no publicó poco. Publicó mucho, pero en las periferias de la alta cultura. Cuéllar se tomó la tarea de buscar sus colaboraciones en viejas revistas y periódicos olvidados y de seleccionar los 130 artículos que componen el volumen reseñado. Algunos de ellos merecen el título de “clásicos de nuestra crítica literaria”. Destacan los que nadan a contracorriente de las opiniones más apuntaladas por el establishment literario de la época. Por ejemplo, las que se atreven a criticar e incluso a burlarse de algunas de las grandes figuras de la literatura mexicana de aquellos años, como Juan José Arreola o Carlos Fuentes. Pero también habría que señalar aquellos ensayos en los que reivindica la obra de escritores que, en su momento, no tenían el reconocimiento literario que se merecían, como Ricardo Garibay o Jaime Torres Bodet.

Mención aparte merecen los ensayos sobre Jorge Luis Borges. Encontramos aquí la crónica de cómo la lectura de un autor va cambiando con los años. Uranga pasa por diversas etapas en su recepción de la obra de Borges: a veces lo admira, otras veces lo interpela, otras veces lo harta. Se trata de una lectura viva y, por lo mismo, variable. Lo más parecido a la relación literaria entre Uranga, el lector, y Borges, el autor, sería una historia de amor en la que hay un incesante vaivén entre momentos felices y momentos desdichados.

Uranga siempre dice lo que piensa y lo que siente —y, en su caso, lo que se piensa y lo que se siente siempre van pegados— sin ocultar nada. Su crítica literaria no sólo es el ejercicio de una inteligencia descollante sino, además, de una franqueza admirable, es decir, de la libertad total del lector frente a la página, sin calcular ningún efecto, sin medir ninguna respuesta.

José Manuel Cuéllar le ha brindado un gran servicio a la cultura mexicana al rescatar, recopilar y editar la obra de Emilio Uranga. Hasta hace pocos años, Uranga estaba sepultado en el olvido. Si hoy vuelve a estar presente es, en buena medida, gracias a la cuidadosa labor de Cuéllar.