LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Tengamos mejores conversaciones

Valeria Villa<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Valeria Villa*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Hablar con otros puede ser un acto automático sobre el que no ponemos demasiada atención, sin embargo, hay algo que nos conecta con algunas personas y con otras no. Hay gente con la que queremos volver a reunirnos y otra a la que preferimos ver muy de vez en cuando o que quizá hasta evitamos.

Una de las razones es qué tanto fluye el juego de coordinación que hay detrás de una buena charla. Algunas personas son capaces de hablar sin parar y sin hacernos una sola pregunta o tal vez somos nosotros, ciegos a nuestro egocentrismo, que hablamos y hablamos sin escuchar, convencidos de que hemos tenido una conversación.

Son cientos de microdecisiones las que tomamos al estar frente a otra mente humana. Si lo pensamos, es un milagro que las personas puedan entenderse.

Uno de los elementos más relevantes para construir buenas conversaciones es la capacidad de hacer preguntas. Lo que hay detrás de ellas, es una curiosidad por conocer a la otra persona con más profundidad. Preguntar es un arte, porque no se trata de hacer preguntas cerradas que se responden con sí o no, sino de hacer preguntas abiertas que permitan al otro expandirse. ¿Qué es lo más importante en la vida para ti, qué

te preocupa, qué atesoras, qué te hace feliz, qué te da miedo? son ejemplos de preguntas abiertas.

Otra habilidad fundamental al conversar es estar presente. Muchas veces estamos hablando con alguien pero estamos distraídos, tal vez pensando en otra cosa o viendo nuestro teléfono. Es como si a veces nos disociáramos y solo fingimos que estamos escuchando. Darle seguimiento a una conversación es el indicador innegable de que realmente escuchamos. Preguntarle a alguien sobre algo que nos dijo hace un par de semanas o volver sobre lo dicho hace un rato durante un mismo encuentro.

Existe el mito de la naturalidad en la conversación. Si fuera cierto, sólo los extrovertidos y verbales podrían generar conversaciones interesantes. Aprender a conversar es una habilidad que pueden aprender hasta los más introvertidos.

La conversación se puede clasificar: la pequeña conversación, como hablar del clima o del futbol, por ejemplo con los vecinos. Después está la conversación media, que es más interesante y más personal, y luego la conversación profunda, reservada para los realmente cercanos, familia y mejores amigos. En ésta última se puede dar la narración compartida o cocreada, cuando uno empieza a decir algo y el otro completa la idea. Con muy pocas personas se puede hablar así.

Las conversaciones difíciles son aquellas que tendemos a evadir. Se requiere valentía y amabilidad para abordarlas y no posponerlas más. Mucha gente se define como evitadora de conflicto, porque en lugar de luchar, huye cuando hay que hablar de un tema delicado. Todos hemos evitado hablar sobre algo durante mucho tiempo: un secreto, una deuda, la falta de deseo sexual, un abuso infantil, una injusticia, una enfermedad mental, el hartazgo, la necesidad de poner límites, el final del amor. Evitar la incomodidad o el displacer que implica hablar de estas cosas es un rasgo humano.

Es importante reconocer las propias emociones y ubicar si cuando hablamos intentamos persuadir, defendernos, atacar, escuchar o aprender. Enfocarse en aprender algo siempre es el mejor camino. Entender la perspectiva del otro y alejarse de la convicción absoluta de que nosotros estamos bien y los otros mal.

El reconocimiento es fundamental: hacer explícito que estamos escuchando, incluso repetir lo que hemos oído, identificar lo que nos parece un acierto, validar lo que el otro siente y tratar de moverse del lugar rígido que es el desacuerdo crónico. Alguien puede pensar diferente, sentir diferente, tener creencias diferentes, pero tal vez haya un porcentaje de acuerdo.

Las palabras no alcanzan a enfatizar lo suficiente el poder que tiene pedir perdón, porque es señal de humildad, de la capacidad de aceptar que nos equivocamos y un gesto que intenta reparar lo que se ha roto.

Psicoterapeuta sistémica y narrativa desde hace 15 años. Éste es un espacio para la reflexión de la vida emocional y sus desafíos.

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