APUNTES DE LA ALDEA GLOBAL

Tres imperios zombis

De izq. a der. el presidente de EU, Donald Trump, y el presidente de Rusia, Vladimir Putin
De izq. a der. el presidente de EU, Donald Trump, y el presidente de Rusia, Vladimir Putin Foto: AP

Los memes de Donald Trump , X i Jinping y Vladimir Putin cortando tajadas del mundo, como si se repartieran una enorme sandía, exageran un poco pero aciertan en lo fundamental. El siglo XXI avanza hacia una recomposición de las hegemonías globales, que pondrá freno a la globalización, tal y como la conocemos y, a la vez, amenazará procesos de regionalización como los que hemos visto en Europa, América del Norte, América del Sur o el Sudeste asiático.

Desde hace años, las tres grandes potencias están experimentando cambios en su política doméstica e internacional que apuntan en esa dirección. El reeleccionismo de Xi y el aumento del gasto militar en China son alteraciones que podrían responder a la adaptación de la potencia asiática a un mundo de reproducción autocrática y de vuelta, ya no a las guerras regionales, sino a las planetarias.

Con todo, frente al mayor cambio en la orientación de esas tres potencias, que es la que hoy mismo encabeza Donald Trump en Estados Unidos, China sigue siendo la que permanece más ligada a la agenda de liberalización económica e integración comercial que se expandió tras la caída del Muro de Berlín. No de otra manera se entiende la fuerte sintonía de China con la Unión Europea y Mercosur, dos bloques creados por la última globalización.

Pero algo que, en efecto, es afín a las tres potencias es la condición de “imperios zombis”, la expresión que la historiadora de la Universidad Complutense de Madrid, Mira Milosevich, ha utilizado para describir la Rusia de Putin. Milosevich escribió primero un libro sobre la Revolución rusa, en que concluyó que la reinvención imperial era una constante en la historia rusa.

Es una vieja tesis, que hemos leído antes en otros autores, por ejemplo Jean Meyer en Rusia y sus imperios (FCE, 1999). Pero Milosevich, que escribe en un contexto más alejado de las transiciones democráticas de fines del siglo XX, ve mayor continuidad en las fases imperiales de esa historia. La académica usa, por ejemplo, los calificativos de “revolucionaria” o “revisionista” para definir la estrategia de Putin frente al sistema internacional, en un mismo sentido que podrían atribuirse esos términos al proyecto bolchevique.

De izq. a der. el presidente de EU, Donald Trump, y el presidente de Rusia, Vladimir Putin
De izq. a der. el presidente de EU, Donald Trump, y el presidente de Rusia, Vladimir Putin ı Foto: AP

Lo cierto, como se ha encargado de esclarecer el propio Putin, es que la política exterior del Kremlin se inspira en una lectura sumamente negativa de Lenin, Trotski y del proyecto bolchevique, al que responsabiliza, entre otras cosas, del resurgimiento del nacionalismo ucraniano. Las autocracias imperiales no se entienden bien con los pactos federales ni con los nacionalismos subalternos vecinos.

En su segundo libro, Milosevich propone interpretar el último giro imperial de Rusia, sobre todo, a partir de 2014 —durante la primera década del siglo XXI, el Kremlin se manejó en buenos términos con el orden internacional y la amistad entre Putin y Bush Jr. es perfectamente documentable— como la pelea de un difunto por volver a la vida. Eso sería un imperio zombi: una potencia que, al advertir su declive, busca un modo de recuperar su fuerza y su dominio.

Visto así, no se trataría de un fenómeno exclusivo de Rusia. También Estados Unidos en la era Trump posee rasgos de imperio zombi. No de otra manera habría que interpretar la vuelta a la retórica expansionista en relación con Panamá, Canadá y Groenlandia o la visión nostálgica sobre los tiempos de William McKinley y Teddy Roosevelt, cuando Estados Unidos desplazó definitivamente a Europa en su control de América Latina y el Caribe.

La potencia más difícil de caracterizar como imperio zombi sería China, ya que de ninguna manera se trata de un imperio en declive. China es un hegemón en ascenso desde fines del siglo XX, pero ciertos rasgos de su aparato de legitimación, como la reserva moral de la tradición confuciana o la presentación de su proyecto de apertura comercial como una “nueva ruta de la seda”, recurren al modo vintage de los imperios zombis.

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