Todo el mundo financiero se ha visto sacudido desde el 2 de abril, a raíz de la imposición de aranceles “recíprocos” por parte del presidente Trump. Si bien ayer se anunció una prórroga de 90 días para su aplicación —lo que generó una respuesta favorable en los mercados—, la noticia no elimina la volatilidad ni la incertidumbre hacia adelante. Por ello, se han modificado las perspectivas económicas y, más aún, se marca el inicio de un nuevo orden en el comercio mundial.
El objetivo de esta medida es fortalecer la economía de Estados Unidos, promoviendo una reducción del déficit comercial mediante la disminución de importaciones. Con ello, se busca impulsar un proceso de reindustrialización, especialmente en el sector manufacturero, relocalizando la inversión productiva que actualmente se encuentra en el extranjero hacia territorio estadounidense.
Sin embargo, desde la perspectiva de la mayoría de los economistas, esta política es equivocada si se pretende lograr el objetivo que se propone. Es claro que Estados Unidos posee la economía más poderosa del mundo, tanto por su tamaño como por su alto nivel de productividad. Esta rentabilidad lo convierte en un destino muy atractivo para la inversión extranjera directa, lo cual, paradójicamente, contribuye a mantener un déficit comercial crónico.

Importante reconocimiento a la SHCP
Esta tendencia se ha acentuado con el proceso de globalización de las últimas décadas. Empresas extranjeras invierten en Estados Unidos —por ejemplo, en sectores como la manufactura o la tecnología— y, aunque producen localmente, continúan importando componentes de otros países como China, Alemania o México. A esto se suma el hecho de que la economía estadounidense presenta un alto nivel de consumo interno. Parte de la inversión se dirige a sectores orientados al mercado interno (como el comercio, los servicios o la construcción), lo que a su vez incrementa la demanda de productos importados. Esto eleva las importaciones, sin que necesariamente se dé un aumento proporcional de las exportaciones.
Un segundo factor que contribuye al aumento del déficit comercial es el papel del dólar como principal moneda de reserva y transacción internacional. Esto genera una alta demanda global por activos denominados en dólares —bonos del Tesoro, acciones, bienes raíces, entre otros—, lo que fortalece la moneda estadounidense frente al resto. La apreciación del dólar abarata las importaciones y encarece las exportaciones, agravando el déficit comercial. No obstante, este déficit es fácilmente financiado gracias al enorme superávit en la cuenta financiera.
En consecuencia, la imposición de aranceles sólo tendrá como efecto un aumento de la inflación y una desaceleración del crecimiento económico, ya que una parte importante de las importaciones estadounidenses forma parte de cadenas de suministro globales. Esto afectará no sólo a la economía estadounidense, sino también a buena parte de la economía mundial.
Pretender eliminar el déficit comercial, como propone el presidente Trump, parte de un diagnóstico erróneo, ya que dicho déficit obedece a causas estructurales. En la medida en que la reindustrialización planteada no es viable ni en el corto ni en el mediano plazo, la aplicación de aranceles sólo conllevará una redistribución de los déficits y superávits entre países, sin modificar sustancialmente el déficit comercial global.
Una verdadera solución para reducir el déficit comercial pasaría por aumentar el ahorro interno. Evidentemente, reducir la inversión no es una opción viable, pero sí lo es disminuir el déficit fiscal que absorbe buena parte del ahorro interno. Frente a esta política equivocada de aranceles, la oposición interna y externa crece, ante las consecuencias negativas para los consumidores. Esperemos que esta medida se frene lo antes posible, antes de que nos conduzca a una recesión global.

