A la luz de los cambios de la realidad y la percepción acerca del clima y del metabolismo urbano, los límites de tratados internacionales generan incertidumbre del vínculo entre ellos y la más resiliente gestión de los recursos hídricos.
Firmado el 3 de febrero de 1944 en Washington, el Tratado de Aguas entre México y Estados Unidos nació como un instrumento de cooperación en tiempos de certidumbre hidráulica, con la intención de asegurar el acceso ordenado y suficiente al recurso compartido en tres ríos fronterizos: el Colorado, el Bravo y el Tijuana.
Fue suscrito por el Secretario de Estado estadounidense Cordell Hull y el embajador mexicano Francisco Castillo Nájera, cuando el mundo estaba sumido en la última etapa de la Segunda Guerra Mundial y el acceso al agua no era ni remotamente un desafío de seguridad. Los presidentes Franklin D. Roosevelt y Manuel Ávila Camacho avalaron un acuerdo sobreviviente de ocho décadas.

Cónclave para el regalo de Alito
El tratado estableció los volúmenes de agua entregables anualmente: Estados Unidos mil 850 millones de metros cúbicos del río Colorado, México 432 millones de metros cúbicos desde los afluentes del río Bravo. Flujos diseñados en ciclos de cinco años para absorber las fluctuaciones hidrológicas normales. Era inimaginable una crisis hídrica mundial como la actual.
En contraste, en el siglo XXI la disponibilidad de agua en la región fronteriza ha disminuido debido a la reducción de lluvias, aumento de temperaturas y sobreexplotación de fuentes subterráneas. Los niveles de presas, como La Amistad, en Coahuila, han descendido a mínimos históricos, al 12.7 por ciento de su capacidad.
En esas condiciones, el cumplimiento con la entrega de agua ha abierto un nuevo frente de tensión política con Estados Unidos, con amenazas de Donald Trump de sanciones y la respuesta de la Presidenta Claudia Sheinbaum: “México en los últimos años no ha dado la cantidad de agua (comprometida) porque sencillamente no hay agua”.
La crisis global demanda atención desde todos los frentes, entre ellos, el combate al desperdicio del líquido en un aspecto fundamental: las fugas, tanto las visibles como las invisibles, esas que están debajo de la tierra o entre los muros.
Frente a esas condiciones generadoras del desabasto, en la Ciudad de México, la Jefa de Gobierno, Clara Brugada, con su propia y local ocupación hídrica, instruyó al secretario de Gestión Integral del Agua, Mario Esparza, a una estrategia integral contra esas fugas —adquisición de equipo de última generación, como sensores acústicos y cámaras de inspección— complementaria del modelo de C5 del Agua y la Línea H2O o *426 para reportar desperdicio, requerimientos y robo del líquido.
Local o global, la agenda del agua es nuestra. Es momento de alejarse de los fantasmas de Hull y Castillo Nájera y transitar hacia una nueva diplomacia hídrica.

