Domingo 13 de abril de 2025: circula masivamente una noticia que sacude al mundo de las letras: Mario Vargas Llosa, el más universal de los peruanos, falleció a los 89 años de edad.
Vendría la conmoción que enluta a la literatura y a todos aquellos que disfrutamos entusiastamente su obra.
Mario Vargas Llosa consiguió todas las distinciones a las que puede aspirar un escritor en lengua castellana: entre muchos otros, los premios Rómulo Gallegos (1967), Príncipe de Asturias (1986), Cervantes (1994), miembro de la Real Academia Española (1996) y, desde luego, el Nobel de Literatura, en 2010. Aún más: en reconocimiento a su impronta universal, fue el primer intelectual admitido en la Academia Francesa (2023), sin haber escrito en esa lengua. Descontado, desde luego, el éxito entre la crítica y el público, por una obra traducida en diversos idiomas para lectores alrededor del mundo.

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Escritor, periodista y político, en Vargas Llosa se conjuntaron diversos talentos, a lo largo de al menos seis décadas, que lo definen como uno de los referentes intelectuales más importantes entre los siglos XX y XXI. Nadie como él para explotar la belleza y posibilidades del español en los personajes y relatos de sus formidables novelas, además de ser un agudo, mordaz e implacable crítico de las dictaduras latinoamericanas.
Son innumerables los pasajes de una vida tan afortunada como la de Vargas Llosa. Señalo su relación con Gabriel García Márquez. En septiembre de 1967, en la Universidad Nacional de Ingeniería en Lima, tuvo lugar el conversatorio entre estos dos referentes del boom latinoamericano, que estaría destinada a convertirse en una lección de literatura y política de una incuantificable valía. La ruptura entre ambos fue ampliamente divulgada, al sellarse con un puñetazo que Vargas Llosa le propinó a García Márquez en el Palacio de Bellas Artes, en México, en ocasión de la exhibición de la película Supervivientes de los Andes, el 12 de febrero de 1976. Nunca más los dos Nobel se volverían a ver.
Su paso por la política lo llevó hasta la segunda vuelta presidencial en 1990, que perdió contra Alberto Fujimori. Cuánto se hubiera ahorrado la nación andina de populismo regresivo; en contraste, seguimos ganando los lectores con su prolífica obra, y la democracia liberal encontró uno de sus más notables defensores, una voz que, con contundencia y mordaz elegancia, criticó a todos los regímenes autoritarios.
Su vibrante discurso de aceptación del Nobel en 2010, titulado “Elogio de la lectura y la ficción”, no tiene desperdicio. No sólo por su convicción sobre la majestuosidad de la literatura, sino por su férrea defensa de la democracia liberal: “No debemos dejarnos intimidar por quienes quisieran arrebatarnos la libertad que hemos ido conquistando en la larga hazaña de la civilización. Defendamos la democracia liberal, que, con todas sus limitaciones, sigue significando el pluralismo político, la convivencia, la tolerancia, los derechos humanos, el respeto a la crítica, la legalidad, las elecciones libres, la alternancia en el poder, todo aquello que nos ha ido sacando de la vida feral y acercándonos —aunque nunca llegaremos a alcanzarla— a la hermosa y perfecta vida que finge la literatura, aquella que sólo inventándola, escribiéndola y leyéndola podemos merecer”.
Con su muerte, Vargas Llosa cierra la más gloriosa era de una época de esplendor en la literatura latinoamericana. Novelista de excepción, intelectual liberal que sin ambages denunció y criticó todo tipo de dictaduras y autoritarismos, la tristeza que deja la muerte de Vargas Llosa sólo se compensa por el esplendoroso legado de su obra y sus ideas.

