CONTRAQUERENCIA

Tan fácil que es prohibir

Eduardo Nateras<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Eduardo Nateras*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Desde tiempos ancestrales, la música ha sido reflejo y expresión de lo que acontece en el día a día de las sociedades —para bien o para mal—, y en nuestro país no ha sido la excepción.

Quizás la forma más añeja que pueda venir a nuestra mente sean los corridos de inicios del siglo XX, que, con letras muy sencillas y notas básicas, relatan historias diversas del periodo de la Revolución Mexicana.

Y, por extraño que pueda parecernos, lo que hoy forma parte de nuestro invaluable acervo cultural inmaterial, es probable que —en su momento— haya sido motivo de furia de más de un General del Ejército aludido en aquellas alegres coplas, surgidas del mero ingenio popular o por encargo expreso de algún personaje revolucionario —entonces, claramente fuera de la ley—.

Lo mismo sucedió décadas más tarde con el rock, al cual se le atribuía provocar rebeldía, oposición al Gobierno e incitación al consumo de sustancias de quienes lo escuchaban, razón por la cual, claramente, quedó proscrito escucharlo, difundirlo e interpretarlo.

Y ni qué decir de la música de protesta latinoamericana, de las décadas de los 60 y 70 —entonces mayormente inmersas en dictaduras militares o de algún otro tipo—, y cuyo mero consumo podía ser motivo de detenciones, desapariciones o ejecuciones extrajudiciales.

Ello no implica que las expresiones musicales sean comparables, pues a oídos de cada quien, siempre habrá algunas más “válidas” y armónicas que otras. Pero sí que la música siempre ha estado ahí para plasmar atemporalmente lo que sucede en el entorno cotidiano de las personas. Y sí, también, que ha sido constante motivo de prohibición de los gobiernos —ante la incomodidad que les provocan los respectivos relatos—, pero con efectos muy distintos a los perseguidos.

Lo acontecido el fin de semana pasado en un palenque en Texcoco fue una muestra del mundo al revés: derivado de la prohibición de interpretar narcocorridos, la imposibilidad de un cantante de entonar sus grandes éxitos y la incomprensión del público enardecido desató la furia de parte de quienes se encontraban presentes, que arrojaron objetos al cantante y sus músicos, para luego vandalizar el escenario.

Actualmente, diversos estados y municipios en México han decidido prohibir la interpretación de narcocorridos, por considerarlos una incitación al delito o glorificación del crimen organizado.

Sin embargo, creer que el grave problema de que regiones enteras de nuestro país estén bajo el control de grupos fácticos se debe a lo que la gente escucha, o que tratar de revertirlo se soluciona prohibiendo diversos géneros musicales, es el mayor absurdo.

Claramente es mucho más fácil para gobiernos y autoridades llevar al banquillo de los acusados a cantantes o agrupaciones musicales por interpretar canciones con letras incómodas, que poner tras las rejas a capos criminales.

Se trata, pues, de la farsa de hacer política mediáticamente, en vez de implementar políticas públicas y de seguridad eficientes pues, invariablemente, prohibir es más fácil que regular, erradicar, educar o convencer.

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