El papa Francisco escribió cuatro encíclicas durante los doce años de su pontificado. La última de ellas Dilexit nos (“Sobre el amor humano y divino del corazón de Cristo”), publicada el 24 de octubre de 2024, puede tomarse como su testamento espiritual. El mismo Francisco indica, al final de Dilexit nos, que el mensaje de sus encíclicas previas Fratelli tutti (de 2020) y Laudato si (de 2015) pueden leerse a la luz de esta última. Sin embargo, tengo la impresión de que Dilexit nos ha sido la menos comentada de sus encíclicas. Con la reciente muerte del papa Francisco habrá que recuperarla y releerla para entender de una manera más completa y honda el mensaje que él dejó a la humanidad en estos tiempos turbulentos.
Lo que propuso el papa Francisco en Dilexit nos es que retomemos el significado ancestral del concepto de “corazón” como el núcleo existencial del cual procede el amor. Hay que recordar que el ser humano tiene un corazón en ese sentido (no hay que confundirlo con el órgano que bombea la sangre), es indispensable hoy en día en el que las fuerzas más oscuras del poder y de la economía atentan contra la humanidad. La filosofía también se ha olvidado del corazón y prefiere ocuparse de la razón o de la voluntad o del libre albedrío. El corazón, nos dijo el papa Francisco, está devaluado y ello ha tenido como consecuencia una devaluación del ser humano. Nos estamos convirtiendo en una especie de autómatas, en seres sin corazón que responden a estímulos primarios.
Un mundo sin corazón es un mundo en el que los seres humanos no se conocen a sí mismos ni conocen a los demás. No basta con ver rostros o cuerpos, hay que ver el corazón de cada uno, comenzando por el de uno mismo. Las fuerzas políticas y económicas nos han arrebatado esa capacidad. El consumismo y el egoísmo han mermado nuestra existencia. Ya no sabemos amar. Pero un mundo sin amor es un mundo encaminado al precipicio. Por un lado, nos precipitamos hacia el cataclismo ecológico. Por otro lado, nos enfilamos hacia la tercera guerra mundial. La única manera de salvarnos de aquellas dos catástrofes apocalípticas es la de cambiar nuestros corazones. Y la única manera en la que podemos cambiar nuestros corazones es por medio del auxilio divino. Acudir al corazón de Cristo es la única salvación que tiene la humanidad.

Cónclave para el regalo de Alito
En la devoción popular la imagen del Sagrado Corazón de Jesús ha sido representada de diversas maneras. El papa Francisco sostuvo que no hemos de olvidar ese antiguo símbolo que nos ayuda a buscar y encontrar a Cristo. No está de más recordar que la Compañía de Jesús, orden a la que perteneció el papa Francisco, ha sido una promotora histórica de esta devoción.
El mensaje de Cristo es muy claro: amemos a Dios por encima de todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. Quienes son esclavos del dinero, del consumo, del egoísmo se han vuelto incapaces de amar. Al mundo lo ven como un basurero y a los demás seres humanos como cosas a las que pueden descartar como si fueran deshechos. Todo se reduce a la ambición más burda, al disfrute de los placeres más groseros, a la competencia más salvaje, a la acumulación más descarada de bienes materiales, al narcisismo más enfermizo. Nada de eso es nuevo, por supuesto. La humanidad ha padecido esos vicios desde siempre, sin embargo, lo que sucede hoy en día es quizá más alarmante que nunca. La salvación del mundo requiere que cambiemos radicalmente las maneras en las que vivimos, en las que nos relacionamos con los demás, en las que habitamos el planeta, que es nuestra casa común. Lo que declaró el papa Francisco en Dilexit nos es que la figura del corazón de Jesús es una guía para encontrar el camino de regreso a Dios.
El pontificado de Francisco estuvo envuelto en varias polémicas eclesiales, políticas y éticas que nos pueden distraer de su mensaje final. Ese mensaje es muy sencillo: no nos olvidemos del corazón de Jesús que sigue latiendo por todos nosotros y no nos olvidemos tampoco de nuestro propio corazón que nos impulsa a amar, servir y perdonar.

