BRÚJULA ECONÓMICA

Crecimiento marginal

Arturo Vieyra*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.  Foto: larazondemexico

El pasado miércoles se dio a conocer el dato oportuno del Producto Interno Bruto (PIB) correspondiente al primer trimestre del año. De acuerdo con cifras del INEGI, la economía mexicana registró un crecimiento de 0.2% en comparación con el trimestre inmediato anterior y de 0.6% respecto al mismo periodo del año pasado, con cifras ajustadas por estacionalidad. Si bien el resultado ha generado cierto optimismo, también confirma una tendencia clara de desaceleración y debilidad en la actividad económica.

El análisis de las cifras revela que el incremento en la producción fue marginal y contrario a las expectativas de mercado, ya que el consenso de analistas encuestados por Banxico anticipaba una contracción trimestral de -0.2%. Este resultado permite descartar la posibilidad de una “recesión técnica”, la cual se habría confirmado en caso de haberse registrado una segunda caída consecutiva del PIB, tras el retroceso de -0.6% observado en el cuarto trimestre de 2024.

Afortunadamente, este dato preliminar disipa parte del ruido generado en torno al uso y abuso del término “recesión” en el análisis económico reciente. Sin embargo, las condiciones actuales de la economía nacional distan mucho de ser favorables.

Desglosando el comportamiento por sectores, las actividades primarias mostraron un crecimiento sobresaliente de 8.1% trimestral, contribuyendo de forma significativa al crecimiento agregado. En contraste, los sectores secundario (industrial) y terciario (servicios), que en conjunto representan aproximadamente el 95% del PIB, registraron desempeños negativos o nulos, con variaciones de -0.3% y 0.0%, respectivamente.

Como resultado, en los últimos seis meses la producción nacional acumuló un crecimiento negativo en comparación con el periodo abril–septiembre del año previo. Destaca particularmente la desaceleración en el sector servicios, que mostró su menor crecimiento trimestral en los últimos tres años y medio, configurando un panorama poco alentador.

Las causas de esta debilidad estructural son múltiples, pero destacan la elevada incertidumbre asociada al arribo de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos y la subsecuente implementación de medidas arancelarias, las cuales han afectado negativamente las decisiones de inversión productiva tanto en México como a nivel global.

A ello se suman la política fiscal contractiva adoptada por el gobierno federal —que ha impactado severamente al sector de la construcción—, la desaceleración en el envío de remesas, la inflación en alimentos que restringe el consumo de bienes duraderos, las aún elevadas tasas de interés y el persistente clima de inseguridad en diversas regiones del país. En conjunto, estos factores configuran un entorno muy adverso para el crecimiento económico.

Cabe señalar que buena parte de estos elementos probablemente se mantendrán durante el resto del año y parte del próximo, lo que ha llevado a analistas e instituciones internacionales a ajustar a la baja sus previsiones de crecimiento, previendo una expansión prácticamente nula para 2025.

No obstante, existen algunos factores positivos que podrían, al menos parcialmente, mejorar el panorama. Entre ellos destacan la gradual disipación del riesgo arancelario hacia México, la reciente eliminación de aranceles para autopartes bajo el T-MEC en beneficio de fabricantes en Estados Unidos, y el hecho de que los productos incluidos en el tratado comercial no están sujetos a nuevos gravámenes, lo que otorga a México una ventaja relativa frente a otros países. Asimismo, el Banco de México, en un entorno de inflación contenida, ha iniciado un proceso de reducción en la tasa de interés de referencia.

Finalmente, programas gubernamentales como el de vivienda y el denominado “Plan México” podrían estimular la economía, aunque para ello será indispensable una implementación eficiente y oportuna. Habrá que ver si se logra.

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