En entrevista con León Krauze, el expresidente Zedillo dijo sobre el rescate bancario de 1995 que, “cuando se hizo, mucha gente estaba contenta porque, bueno, no pasó la quiebra. Las cosas afortunadamente salieron bien, pero, al poco tiempo, empezaron a aparecer personajes, de manera destacada López Obrador y otros que han sido sus colaboradores cercanos, para usufructuar políticamente con aquella tragedia que había tenido el país”.
Lo que ignora Zedillo es que, desde el principio, el cuñado de la hoy Presidenta Claudia Sheinbaum estaba entre los descontentos. Los intereses sobre el crédito bancario con el que José María Imaz había abierto el Liceo Mexicano de Lenguas Extranjeras se habían disparado estratosféricamente. Conocí su caso como joven abogado de El Barzón. También los de otras personas que, sin deberla ni temerla, de la noche a la mañana debían pagar cantidades exorbitantes por sus casas. De modo que las críticas al Fobaproa no provienen de un insidioso lavado de cerebro por parte de AMLO, sino de una injusticia concreta: algunos fueron salvados, otros fueron cruelmente sacrificados y, por último, la sociedad asumió una gran deuda. Que Zedillo lo ignore es ilustrativo.
Junto al conocimiento que tienen los doctores en economía, los ingenieros o los médicos, están también los saberes del deudor de la banca, el joven abogado, el marchante del mercado, el plomero y el masajista. Todos hemos conversado con un taxista filósofo. La magia de las elecciones, pensaba Condorcet, es que logra sumar la racionalidad tan dispar de unos y otras. El milagro de la democracia no es lo mismo que populismo autoritario.

Ahora sí, a transparentar concesiones
Igual que Zedillo, soy crítico de la refinería de Dos Bocas y del Tren Maya, por la ecología. Pero eso no me hace compartir su visión elitista de la democracia. Zedillo también ignora la obra de Hélène Landemore, su colega en la Universidad de Yale. En su libro Democratic Reason (2012), Landemore retoma la idea de Condorcet de que las personas somos racionales y, al votar, la sabiduría de cada una, incluso las más modestas, se suma a las de las demás. Landemore argumenta que los procesos democráticos inclusivos pueden conducir a mejores decisiones que los sistemas impulsados por las élites. También cree que las tómbolas no están tan mal.
En la reciente carta de la Presidenta Sheinbaum a Morena, ella escribe refiriéndose implícitamente al Fobaproa y al Pacto por México: “Mientras se hacían acuerdos de cúpulas en contra del pueblo y de la nación, algunos decidimos caminar en la construcción de una nueva organización política”. Obvio, la organización estuvo marcada por el cacicazgo carismático de AMLO. Pero, hoy, con ejercicios como la elección judicial, la pequeña racionalidad del campesino sumada a la del desempleado, a la del ama de casa y así con decenas de millones, busca construir la racionalidad del país. Desgraciadamente, no es tan fácil. Condorcet sabía que una elección en la que no hay suficiente información compartida no conduce necesariamente a la decisión más racional. Lo que se nos pide con la elección judicial es casi imposible: informarnos y votar con alguna lógica. Casi.

