¿Deberían administrarlo? ¿Estar autorizados a poseer un inmueble? ¿Una cuenta de banco? ¿Los hombres deberían votar? ¿Estudiar en la universidad? ¿Trabajar fuera de casa, si lo desean? ¿Los hombres deberían ganar más que las mujeres? ¿Ser económicamente autosuficientes?
¿Los hombres deberían tener derecho a salir de noche con amigos, emborracharse cuando les apetece? ¿Los hombres deberían viajar solos? ¿Deberían tener decisión sobre su cuerpo? ¿Su deseo? ¿Su paternidad? ¿Los hombres deberían opinar sobre el cuerpo de las mujeres?
Suena absurdo preguntar, porque el sistema patriarcal está normalizado: todo lo anterior se les ha permitido siempre. En cambio, durante siglos la respuesta mayoritaria para nosotras fue: “No, ellas no deberían ganar dinero, ni poseer propiedades ni ir a la universidad”. Un dato representativo: apenas en 1955 pudimos votar por primera vez en México.

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Nuestra dependencia económica e intelectual de los varones los fortalece, así que la masculinidad lucha por perpetuarse. Sin embargo existen avances. En 22 estados del país el aborto es legal. Constituimos 52 por ciento del alumnado de la UNAM, egresamos y nos graduamos más que ellos. Tenemos acceso a cuentas de banco propias, aunque en general ganamos menos por un trabajo igual —según datos de 2024, de cada 100 pesos percibidos por él, ella se lleva sólo 83.
Pero otras condiciones se han agravado en nuestra contra. “Hace medio siglo, el mayor temor de las mujeres era a ser abusadas; ahora es a que las maten”, señala con razón Marta Lamas. Nos creen de su propiedad. Lo constata la cifra oficial, de diez de nosotras asesinadas a diario en México por motivos de género. Y opinan sin pudor sobre nuestros cuerpos. Muchos hombres y algunas mujeres —entre las víctimas siempre hay cómplices del abusador— juzgan a una chica que usa ropa ajustada o bebe alcohol. Su atrevimiento merece el castigo de ser violada, que es “la representación cruda y directa del ejercicio del poder… anular al otro, exterminar su palabra, su voluntad, su integridad”, apunta Virginie Despentes en Teoría King Kong.
En diciembre de 2024, como parte de la FIL Guadalajara, se llevó a cabo la mesa “Las mujeres en un mundo de violencia machista”, con Rita Segato, Nuria Varela y Marina Castañeda. Ahí escuché preguntas como las que abren esta columna. Me indignó darme cuenta de que me sorprendí ante ellas. Falta tanto para desarticular el modelo y construir otra forma de relacionarnos.
Escribe la poeta Claudia Berrueto: “desperté con el puño destrozado. / me recuerdo escuchando el sueño glacial con las plantas de los pies, / luego la ardorosa lucha contra el hielo; / mi puño tratando de romperlo desde abajo / y la rabia / −ese destierro doloroso− / irguiéndose en lo más oscuro del agua de mi sueño […]”. Sigamos golpeando el hielo desde abajo, hasta que salte en pedazos. Hasta que a nadie le parezca natural el doble rasero para medirnos.

