TEATRO DE SOMBRAS

Democracia e improvisación

Guillermo Hurtado. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: La Razón de México

A quienes no les gusta la improvisación, por lo general, no les gusta la democracia. En un sistema democrático cualquiera puede postularse para un puesto público sin tener experiencia ni formación previas. Si el candidato gana ese puesto, tendrá que asumir responsabilidades para las que no está preparado. Con suerte las hará bien, con menos suerte, las hará a medias, sin suerte, las hará mal.

El crítico de la democracia nos diría que no es razonable arriesgarse en asuntos tan importantes como el destino de una nación. Quienes gobiernan deben ser los más preparados y los más experimentados. El problema con la democracia, se añadiría, es que no separa a los mejores de los mediocres y, ni siquiera, de los peores. La solución que se ofrece es una versión electoral de la tecnocracia o de la aristocracia. La democracia puede aceptarse siempre y cuando esté diseñada para que quienes ganen las elecciones sean los tecnócratas (científicos, economistas o juristas) o los aristócratas (los miembros de la casta gobernante). Para ello, hay que garantizar que los candidatos propuestos por los partidos políticos sean o bien tecnócratas o bien aristócratas, o bien estén al servicio eficiente de éstos y aquéllos.

El rechazo a la democracia liberal que hemos visto en todo el mundo ha sido, en alguna medida, un rechazo a ese artilugio que pretende que el acceso electoral a los cargos de representación y de gobierno esté filtrado, desde antes, en beneficio de la tecnocracia y la aristocracia.

Conviene que, para repensar el valor de la democracia, repensemos el valor de la improvisación en la vida social. Lo primero que debemos reconocer es que no toda improvisación es mala. Por el contrario, algunas pueden resultar geniales.

El género musical del jazz está fundado precisamente en la improvisación. En el jazz el músico puede improvisar en solitario o junto con otros músicos en un grupo. Es ese segundo tipo de improvisación el que me interesa. Sin ponerse de acuerdo, sin saber adónde va a encaminarse la interpretación, los músicos de un grupo de jazz crean sobre la marcha una pieza única y hermosa. Hay algo mágico en esta creación improvisada. No obstante, para poder lograr esta proeza, los jazzistas tienen que contar con experiencia previa. No cualquiera que tome un instrumento sabe cómo improvisar junto con otros músicos. Para saber improvisar hay que aprender a hacerlo.

Hagamos ahora una analogía entre el jazz y la democracia con relación a la improvisación. Para trazar esta comparación sigo una propuesta del filósofo pragmatista Gregory Pappas.

En la democracia la improvisación es inevitable. Dado que los cargos no se deciden por la preparación o la experiencia de los candidatos votados, quienes llegan a un puesto de elección popular muchas veces no saben cómo desempeñarlo y tienen que aprender sobre la marcha, cometiendo, como es natural, errores en un principio. Sin embargo, las decisiones, por lo general, no se toman en solitario, sino en la compañía de otras personas que también participan en el Gobierno. La improvisación, por lo mismo, no es individual, sino colectiva, como en una banda de jazz.

Así como los músicos van encontrando la ruta de su ejecución cuando improvisan, lo mismo sucede con los políticos dentro de un sistema democrático. No se sigue una lista de instrucciones previamente establecidas, no se obedece a un director de orquesta que diga qué se tiene que hacer en cada momento. Las soluciones creativas se van encontrando sobre la marcha por medio de una colaboración, a veces intuitiva, entre los participantes.

Se podría objetar que, en la democracia, lo mismo que en el jazz, hay que saber cómo improvisar. Es cierto. Para dominar el arte de la improvisación social hay que practicar, es más, practicar mucho, hacerlo en distintos espacios colectivos en los que hemos de tomar decisiones para resolver problemas comunes. Para que la democracia gubernamental sea mejor es indispensable que la sociedad en su conjunto adopte formas democráticas en todas las esferas de su existencia: en la familia, la escuela, el trabajo, el barrio. Un problema con la democracia liberal es que, en vez de ampliar el campo de la improvisación social, lo ha restringido. Por lo mismo, quizá no debe asombrarnos que pase por la crisis que ahora presenciamos.

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