Hace unos días, el 13 de mayo, falleció, a los 89 años, el expresidente de la República Oriental del Uruguay, José Alberto Mujica Cordano, coloquial y mundialmente conocido como Pepe Mujica.
Se trata, desde luego, de una de las figuras históricas de la política oriental, el más reconocido a nivel global de los líderes uruguayos en épocas recientes y, por supuesto, un referente muy importante de la izquierda latinoamericana.
Uruguay es una de las democracias latinoamericanas más longevas y estables de la región. Desde su consolidación como país independiente, en 1830, surgieron dos partidos políticos, el Colorado y el Nacional o Blanco, que le dieron a ese país estabilidad democrática e institucional —de la que otros países de la región carecieron— durante casi siglo y medio (salvo un fugaz periodo autoritario en la década de 1930). Todo esto cambió con la Guerra Fría y el establecimiento de una dictadura militar entre 1973 y 1985.

¿Y si en la propia 4T frenan la electoral?
Así como en la segunda mitad del siglo XX, Uruguay no fue inmune a las dictaduras, tampoco lo fue a la irrupción de las guerrillas. Desde 1964, Mujica militó en el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros. Sin embargo, con el tiempo, uno de sus principales aciertos fue que, ante el dilema de la izquierda de la época entre la destructiva vía revolucionaria o la vía electoral institucional, Mujica optó por la segunda.
Toda biografía importante requiere que le pasen cosas interesantes al personaje. Mujica, desde luego, no es la excepción. Estuvo preso más de una década; se fugó dos veces —una de ellas, de película, gracias a la excavación de un túnel—; volvió a ser capturado y, finalmente, fue indultado en 1985, al final de la dictadura. Hace medio siglo, recibió seis balazos, enfermó de la vejiga y perdió un riñón. Las durísimas condiciones en, al menos, siete años de su confinamiento deterioraron notablemente su salud. Eso le dio la apariencia de vejez prematura que tuvo desde la madurez temprana.
Con el retorno de la democracia en 1985, Mujica volvió a lo que siempre quiso y sabía hacer: política. Ya no como guerrillero, sino como el arquitecto de un proyecto que, construido con paciencia, lo llevaría a lo más alto de la vida pública uruguaya. Postulado siempre por el Frente Amplio, fue primero diputado, después senador, luego ministro en el primer gobierno de Tabaré Vázquez (2005-2010) y finalmente presidente de la República entre 2010 y 2015.
El Frente Amplio fue al principio una fuerza política testimonial que, poco a poco, adquirió relevancia hacia fin de siglo y logró el campanazo en 2005, cuando Tabaré Vázquez alcanzó la presidencia, con lo que no sólo se rompió el dominio tradicional bipartidista, sino que se convirtió en la fuerza política predominante por al menos 15 años. El binomio Vázquez-Mujica fue esencial en esto: Vázquez antecedió y sucedió a Mujica en la presidencia. En 2020 el Partido Nacional le arrebató la presidencia al Frente Amplio, pero desde marzo de este año la recuperó, con el actual mandatario, Yamandú Orsí.
Como presidente, la administración de Mujica tuvo importantes aciertos, como las leyes para el matrimonio igualitario y el derecho al aborto; otras decisiones debatibles por sus resultados, como la legalización de la mariguana, e importantes falencias, especialmente en educación y transporte. Lo que sí fue siempre incuestionable, y que el propio Mujica se esmeró en cultivar, fue el estilo de frugalidad y austeridad que, llevado al límite, lo convirtió en referencia global.
Respetado por sus adversarios y, desde luego, muy querido por sus afines, el legado de José Mujica en la política latinoamericana es indiscutible.

