ACORDES INTERNACIONALES

Entre antinatalistas, antivacunas y tierraplanistas te veas

Valeria López Vela. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón
Valeria López Vela. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón Foto: larazondemexico

En la última década, la ciencia médica ha logrado avances impresionantes que han transformado la forma en la que enfrentamos nuestros problemas de la salud. El más representativo es, sin duda, la incorporación de la inteligencia artificial que se ha consolidado como una herramienta de diagnóstico y tratamiento de enfermedades simples y complejas que, en lugares de difícil acceso, puede sustituir a un especialista. Está también el caso de la medicina regenerativa, con bioimpresión 3D y el uso de células madre que promete reemplazar tejidos y órganos dañados.

En el día a día hospitalario, drones de emergencia transportan desfibriladores, órganos o medicamentos a zonas remotas. Y la incorporación de la electricidad en los tratamientos promete soluciones que los fármacos no alcanzaban a cubrir, como el tratamiento de enfermedades crónicas mediante la estimulación del sistema nervioso.

Sin embargo, aunque la ciencia médica alcanza hitos impensables

—capaz de editar genes, imprimir órganos y curar ciertos tipos de cáncer—, buena parte de la sociedad parece caminar en sentido contrario a las manecillas de la razón: arrastrada hacia el pasado, en contra del tiempo del conocimiento, por corrientes que desconfían de la evidencia científica y erosionan el pacto racional que sostiene la vida en común. En el mismo mundo en el que se desarrolla inmunoterapia de precisión, proliferan los movimientos antivacunas que traen al siglo XXI enfermedades como el sarampión. Mientras se entregan órganos con drones y se diseñan tratamientos con inteligencia artificial, surgen discursos que niegan la redondez del planeta o cuestionan el valor mismo de reproducirse mientras que ponen bombas en clínicas de reproducción asistida.

Este contraste no es anecdótico: es el síntoma principal de una fractura más profunda entre el conocimiento validado y la percepción social, una que amenaza con hacer irrelevante el avance científico y técnico si no va acompañado de confianza pública y pensamiento crítico.

Este desfase entre el avance científico y el retroceso cultural no sólo es inquietante como fenómeno social, sino también profundamente político. Cuando sectores significativos de la población rechazan consensos científicos básicos, se debilitan las condiciones para tomar decisiones públicas racionales, y se abren espacios para el populismo, el negacionismo y la manipulación.

Lo que sigue, inevitablemente, es el ascenso de mesianismos populistas —de derecha y de izquierda— que ofrecen certezas inmediatas en un mundo que se ha vuelto insosteniblemente irracional. Pues cuando la incertidumbre se vuelve la norma y la confianza en la razón se tambalea, las promesas de salvación total, orden absoluto o redención nacional se vuelven seductoras para sociedades agotadas porque ¡vaya que es extenuante convivir con antivacunas, tierraplanistas, victimistas y antinatalistas!

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