Donald Trump encontró la fórmula perfecta para lucrar desde la Casa Blanca sin mostrar pudor alguno.
Lo que comenzó como un experimento digital para desafiar el control financiero de los poderosos, las criptomonedas o blockchain, se ha transformado hoy en un lucrativo negocio al servicio de un presidente estadounidense que no distingue entre los fondos públicos y su fortuna familiar.
Al principio, las criptomonedas se pensaron como una revolución económica que permitirían romper con el monopolio de los bancos centrales, facilitando transferencias internacionales libres del yugo de las instituciones financieras tradicionales. Esta promesa resultó especialmente atractiva en economías frágiles, como las de América Latina, donde mover dinero de un país a otro significa enfrentar controles cambiarios, restricciones y, más recientemente, impuestos prohibitivos como los que Estados Unidos intenta imponer sobre las remesas mexicanas, que sólo en 2024 alcanzaron una cifra récord de más de 63 mil millones de dólares.

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La amarga paradoja es que aquello que pudo ser liberador ahora alimenta la codicia presidencial. Trump, en un alarde de descaro, ha capitalizado políticamente la debilidad regulatoria de las criptomonedas para lanzar su propia divisa digital, bautizada con su apellido: $TRUMP. Este memecoin, originalmente concebido como una sátira especulativa, ha terminado por ser el vehículo perfecto para que inversionistas nacionales y extranjeros, en busca de favores o influencia política, llenen generosamente las arcas personales del mandatario y su círculo más cercano.
El descaro alcanzó nuevos niveles con una exclusiva cena el jueves de la semana pasada en su club privado de golf en Virginia, una gala que reunió a 220 de los mayores compradores de su criptomoneda. Bajo el pretexto de discutir el futuro de la industria digital, este evento fue en realidad una ostentosa forma de enriquecimiento directo para Trump y su familia, cuyas ganancias por este único mecanismo se estiman ya en 320 millones de dólares. No fue una recaudación clásica para su campaña electoral, sino un esquema directo para convertir la política en beneficio económico personal. Con invitados internacionales volando para reunirse en secreto con el presidente y asegurar así su posición en un ranking de inversionistas, la presidencia se transformó en un casino especulativo.
Algo similar se observó con Nayib Bukele en El Salvador y Javier Milei en Argentina, quienes bajo el supuesto beneficio nacional adoptaron y promovieron las criptomonedas con resultados cuestionables y poca transparencia. Ahora es Trump quien abiertamente promete favores regulatorios desde el podio presidencial, mientras sus hijos administran un flujo constante de dinero generado cada vez que las criptomonedas cambian de manos.
Para México, el golpe es doblemente duro. Si bien las criptomonedas representan hoy uno de los pocos caminos efectivos para que los migrantes eviten el gravamen de 3.5% sobre las remesas impuesto por Estados Unidos, esta nueva obsesión presidencial también amenaza con arrebatarle a las familias mexicanas parte del dinero del que dependen. Con la misma facilidad con la que Trump levantó un muro retórico para estigmatizar a los migrantes y afectar los flujos de remesas, ahora construye otro, esta vez digital, para aprovecharse económicamente de ellos. Esta situación, tan contradictoria como indignante, debería servir de lección: cuando los líderes pierden cualquier pudor en el ejercicio del poder, incluso las herramientas creadas para democratizar el poder económico y financiero pueden ser convertidas en mecanismos perversos para la acumulación personal.

