Religión no es lo que los fanáticos dicen que es. Dios no es lo que los asesinos creen que es.
Jonathan Sacks
En los últimos años, la polarización social se ha vuelto intransitable. La divergencia de puntos de vista o el diálogo respetuoso son referentes lejanos de un pasado difícil de recordar; lo de hoy es la descalificación -ya sea con ofensas, cancelación o muerte- de cualquiera que no piense como yo creo que debe de pensarse.
El caso más extremo fue el cruel asesinato de Yaron Lishinsky y Sarah Milgrim, funcionarios de la embajada israelí en Washington, la semana pasada; se trata de un acto condenable de antisemitismo sobre el que no vale guardar silencio.
El perpetrador, tras ser detenido, gritó: ¡viva Palestina libre! para contextualizar la sangre que llevará toda la vida en su conciencia. Así, ya no estábamos frente a un hombre que había decidido asesinar a dos personas judías sino ante un “humanista que hacía justicia frente a los excesos del Estado de Israel”… por inverosímil que parezca, no pocos usuarios de las redes sociales compraron la retórica barata del cobarde y vulgar asesino.
El conflicto entre Israel y Palestina ha sido por motivos religiosos; para los musulmanes islamistas la recuperación política del mundo es indispensable: hay que reconquistar para Alá cualquier territorio que no lo acepte como su Dios y viva conforme a la ley de la sharía. Y el país más cercano es Israel: democrático y plurireligioso. Aunque ya hemos visto fuertes expresiones del islamismo en Francia o Canadá.
Este asunto no es nuevo. En 2015, el rabino lord Jonathan Sacks publicó Not in God’s Name: Confronting Religious Violence (No en el nombre de Dios: confrontando la violencia religiosa) en el que plantea la paradoja de la violencia perpetrada en nombre de Dios.
Sacks se pregunta ¿cómo es posible que seres humanos puedan matar, odiar o perseguir a otras personas en nombre de un Dios que predica el amor, la misericordia y la justicia? Considera que quienes hacen eso, utilizan la religión como justificación del fanatismo y mediante profundos razonamientos desarticula teológicamente al extremismo religioso.
Allí aparece el concepto de altruismo patológico entendido como el fenómeno que permite que el amor al grupo propio se convierta en odio a los extraños. Se abre, así, la lógica del “nosotros contra ellos” que lleva, inevitablemente, a la espiral de la violencia y a la sinrazón pues la raíz del extremismo religioso está en el rechazo de la alteridad: en querer que todos sean como “nosotros” o que desaparezcan.
Ese fue el razonamiento detrás del asesino de Yaron y Sarah; también lo fue de quienes justificaron sus actos como una reivindicación por el conflicto en Gaza. Se trata de altruismo patológico porque piensan que hacen el bien a la humanidad cuando, en realidad, actúan desde el odio hacia lo que no se acople a sus creencias; no ánimo de construir, ni de sanar, ni de ayudar, ni de dialogar: buscan imponer, humillar o asesinar porque no nos acoplamos a ellos. Se les olvida que la justicia que nace del odio no es justicia, sino venganza disfrazada.